Asumir que aspiramos
locuras en el lugar
donde la lágrima
complace las esperas.
Entre paredes sin encalar
deberíamos encerrar
las frivolidades propuestas
y que no nos esperen
porque sentados
en las alas
que aprenden a volar,
estamos siendo citados
desde la calle
de los pasos ausentes
para hacer estallar
los gritos de liberación
acumulados,
sólo así
conseguiremos
que las orillas del tiempo
vuelvan a recordar
nuestra memoria:
Mezclando los dedos
y sorbiendo con ahínco
para quitarnos de la boca
este sabor amargo
de penas que se leen
en nuestra mirada:
dolor, tristeza, miedo,
espacios sin sueños...
Todos a una, envueltos
en la misma piel,
como pinceladas rojas
desatando esperanzas
sobre un horizonte
de asfalto despiadado,
para hacernos bien
y provocarnos daño,
porque al fin y al cabo
sólo nos queda
la posibilidad de hacer algo.
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