Un Gobierno decente no puede
comportarse como una especie de Robin Hood, pero actuando en sentido contrario
a las actividades del célebre ladrón del bosque de Sherwood. Dándole la vuelta al concepto de solidaridad, no
puede dedicarse a robarles a los pobres para llenar los bolsillos de los ricos.
Porque si así fuera, a un colectivo numerosísimo que incluye a dependientes,
pensionistas, parados, enfermos, estudiantes, y un etcétera muy largo..., no
les quedaría sino la soga al cuello como alternativa a la realidad. Con un
gobierno de tal naturaleza, pronto podríamos estremecernos con un reportaje
televisivo, a través del testimonio de una mujer con una tía soltera de más de
cien años a su cargo necesitada de una dedicación a plena jornada manifestando
su desesperación e impotencia, ya que el estado no responde a sus peticiones de
apoyo económico. Y al preguntarle por si vislumbra alguna alternativa a la
desesperada situación podría incluso contestar que la única que a esas alturas
se le ocurre es la muerte de la anciana para poder descansar las dos.
Los recortes en ayudas a los
más indefensos resultarían desmesuradamente crueles y dramáticos. Y en
determinados casos de violencia (como la de género), no sería en absoluto
exagerado calificarlos de homicidas. La convivencia obligada de una pareja que
ha desarrollado las más abiertas desavenencias durante décadas, tiene un alto
índice de probabilidades de terminar en un sangriento desenlace, que se podría
evitar si en lugar de compartir un mismo apartamento de escasos metros
cuadrados, tuviera opción a vivir en domicilios independientes. El dinero no da
la felicidad, pero en su justa medida ayuda a gestionar las emociones, evitando
el peligro de las distancias cortas.
Seguramente nos esforzaríamos
y mucho en comprender por qué serían necesarios estos sacrificios de los
sectores más depauperados en nombre del bien común, como si la cosa tuviese que
ver con la razón y no con la fe ciega. Explicarse el comportamiento de un
gobierno así sería toda una experiencia religiosa, haría falta ser un candidato
al martirio para estar de acuerdo. Y además, oponerse en firme incluso podría
resultar una osadía extrema, si se le ocurriese sacar adelante un Proyecto de Ley
de Seguridad Ciudadana, que llegase al Parlamento con un peligrosísimo tufo a
fascismo.
En semejante tesitura, la
capacidad de inmolación de la ciudadanía podría parecer que no tiene límites si
no hiciese nada, pero tampoco su credulidad. Les dirían que no había dinero y se
lo creerían a pie juntillas, cuando lo cierto es que lo habría, aunque no para
ellos. Con el que le sustraerían se pagarían, por ejemplo, un sueldo más que
generoso y sin ser susceptible de recortes a toda una casta de nuevos
funcionarios que, sin previa oposición, el gobierno designaría a dedo en
calidad de ‘asesores’ y cuyo trabajo probablemente consistiría en no hacer
nada, dadas las discutibles actuaciones del gobierno al que, supuestamente, habrían
de asesorar. Mucho podría hablarse sobre la cantidad y el coste de tales
asesores, mientras que para los ciudadanos de a pié lo más terrible no sería el
sacrificio, sino la sensación de hacerlo para nada. Más que pagar el déficit,
como siempre, habrían pagado el pato. No obstante, desde los medios cercanos al
gobierno serían bombardeados con la buena noticia del crecimiento del país en
los índices macroeconómicos. Pero la macroeconomía es ese concepto etéreo y
global que, en lo individual y práctico, nos concierne muy poco. O sea, no
sirve para subir pensiones, pagar cuidadores de dependientes ni crear empleo. Por
lo tanto, creer en ella es como creer en un dogma de fe. De eso se trataría
precisamente: de tener fe para ser felices. Como el ‘Cándido’ de Voltaire hay
que pensar que todo lo que existe está ahí con el mejor de los fines. También
un gobierno del tipo que estamos describiendo, si realmente existiese. Sería
imposible explicar que sus actuaciones fuesen tan nefastas si no respondieran a
algún intrincado y elevado fin que se escapa a la comprensión del común de los
mortales. Sería, en suma, la historia que se repite, tal vez porque los que gobernasen,
aunque aparentemente hablaran de modernas teorías económicas serían los directos
herederos de una idea de país que proviene de muy antiguo...
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