En 1928, Herbert Clark Hoover fue
elegido Presidente de Estados Unidos y en uno de sus primeros discursos se
dirigió a un grupo de magnates y publicistas para decirles: “Tenéis la labor de
crear el deseo y transformar a la gente en máquinas de felicidad en constante
movimiento, máquinas clave para el progreso económico”. El objetivo era
estimular la irracionalidad del ser humano para que consumiera sin parar aunque
en ello le fuera su ruina o endeudarse de por vida. Nuestra naturaleza superior
debía ser sustituida por una especie de virus sicológico tremendamente efectivo:
‘el yo irracional’ creado a la mayor gloria de los que nos explotan: Ese que
nos impele a votar por principio a los que se suceden intermitente en el
gobierno, comprar lo que no necesitamos, invertir en lo que nos presentan como
una ganga o conformarnos con unas palmaditas en el lomo tras una injusticia
flagrante, un despido, un desahucio o un régimen cruel y despiadado. Ese que
nos hace optar por agradecer la caridad de unas migajas en lugar de la dignidad
y la justicia: O lo que es lo mismo, Capitalismo en estado puro.
Una vez inoculado el virus a
través de los medios de comunicación, no faltaron gobernantes y banqueros que
le dieran su pan de cada día. Y siguen ahí, porque el sistema genera mecanismos
para renovarse constantemente. Son los ventajistas, los psicópatas sociales,
los inventores de crisis y guerras. Lo dominan y manipulan todo, deciden las
formas de gobierno que más les interesa en cada lugar, nos despojan de
soberanía económica, eligen a los líderes de nuestros principales partidos y a los
que se sientan en los consejos de administración de industrias y entidades
financieras.
Si nos enfrentamos a ellos, lo
más probable es que perdamos porque tienen todos los resortes del poder y los
ejecutan sin ningún tipo de cargo de conciencia... Sólo tenemos una posibilidad
entre un millón para superar este estado real de las cosas y está en nuestro
interior, es esa naturaleza superior que nos secuestraron: Hay que poner en
solfa lo que nos dicen desde las tribunas y los púlpitos, no creerse nada por
principio, analizar lo que deseamos para nuestra vida y para el conjunto de los
que nos rodean y cómo conseguirlo, huir del borreguismo, escuchar las voces de
la calle y, por encima de todo, enarbolar las banderas de la dignidad, el
derecho, la razón y la búsqueda de la felicidad para nosotros y para los demás.
Hay que olvidarse de las
tiranías del tiempo, porque juega a favor de los que nos dominan. Si en los
temas sociales pensamos en el mañana más cercano como meta, habremos perdido la
partida y abandonaremos casi antes de comenzar. He aquí el razonamiento: Es muy
probable que yo no disfrute lo que pretendo conseguir, pero estoy contribuyendo
a sentar las bases para que lo puedan aprovechar las generaciones futuras. Lo
que tenemos hoy se consiguió gracias a la generosa entrega de los que nos
precedieron, gentes que tuvieron una visión del mundo parecida a la que estamos
comentando. Lo que conseguimos para todos va en nuestro beneficio, el naufragio
de nuestra sociedad nos obliga a un cambio de paradigma y no puede ser otro que
ponernos en marcha para hacer lo que no se espera que hagamos porque parece que,
salvo una minoría, nos han domesticado para siempre. No hay meta, es el camino,
como dijo Pedro Guerra en su canción, hay otra forma de sentir, pero para ello
tenemos encender la luz del vivir... Y espero que perdonen que me haya puesto
transcendente.
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