Hoy quiero
hacer
un canto al
sentimiento
que un día
despertaste en mí
y voy a
celebrarlo
más allá de
cualquier
trivialidad en
el gesto,
porque de
alguna manera
también soy tú
y permaneceré
contigo
aún cuando las
manecillas
del reloj dictasen
la hora
de cuidarte por
ti misma.
Sabes que te
quiero
y que es mi
intención
romper contigo
los contratos
firmados bajo
la vigilancia
estricta del
gran olvido
al que no le
permitiremos
que nos haga
suyos,
convertidos en
seres
inalterables y
solitarios,
únicamente sujetos
a las leyes de
la supervivencia.
Abominaremos
del amor
que vive de la
memoria
y se torna
insuficiente o triste,
errático
espíritu de un aguador
incapaz de
saciar la sed,
ninguna sed
que le embargue.
Es ahora un
tiempo
de primavera,
de sabernos,
sentirnos
hasta la médula,
de oler la
pena y la felicidad
que anidan en
el otro.
Los ciegos que
se desnudan
delante de las
ventanas,
no lo hacen
por invidencia,
sino que aprecian
el rumor
del sol surcando
en la piel,
la cálida
presencia de una
amigable
caricia en la distancia.
En eso nos
hemos convertido
desde que
estamos juntos,
en seres bidimensionales
por la insuperable
razón
de generar
experiencias
y un volumen
para el abrazo.
Por eso hoy me
conjuro
para pedirte
que me perdones
por el
agotamiento
físico y
mental con el que llego
algunas veces
a casa
y te hago
sentir abandonada:
tenemos
también que entender
las pequeñas
traiciones
que cometemos
contra esa
extraña forma
de generosidad
que debería
guiar siempre nuestras
acciones
cuando se
refieren al otro,
sabes muy bien
que jamás será
indiferencia
porque eso
sería para el que suscribe
como la
antesala de su muerte.
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