Mientras cobren tanto y tengan
tanto, nos cuesta asimilar que estén robando como lo hacen, que no estén
llenándose los bolsillos todavía más de lo que pensamos. Curiosamente, de todos
los mandamientos, el séptimo -no robarás- es el que está más reñido con la
teoría del mecanismo de precios y propiedad privada en la que se fundamentan
las leyes del liberalismo económico, al menos teóricamente. Porque sus
defensores a ultranza no se cansan de repetir que todo lo que tiene que ser
conservado y utilizado eficientemente ha de ser de propiedad privada. Y que, en
un segundo movimiento, todo lo que vale algo ha de ser propiedad de alguien. En
consecuencia pasa lo que pasa: En la práctica, si lo que es de todos no vale
nada, los encargados de administrarlo pueden disponer de ello a su antojo.
Proudhon, el autor de ¿Qué es
la propiedad? no estaba de acuerdo, pues opinaba que si tuviese que explicar la
esclavitud y la definiera como un asesinato, su pensamiento se aceptaría sin
nadie cuestionarlo. No necesitaría de grandes razonamientos para demostrar que
el derecho de arrebatarle al hombre el pensamiento, la voluntad, la
personalidad, es un derecho sobre la vida y la muerte, y que hacer esclavo a un
hombre es asesinarle. Pero curiosamente no podría contestar al interrogante sobre
la propiedad diciendo que es un robo, sin tener la certeza de no ser
comprendido, a pesar de que esta segunda afirmación no es más que una simple
transformación de la primera.
El undécimo mandamiento es que
no te pillen. Cuando te pillan una vez es una desgracia, un descuido, pero si lo
hacen más veces es que eres un necio. Los necios son los peores ladrones: nos
roban a la vez tiempo y el buen ánimo. No sólo se hacen con lo que no es suyo,
sino incluso con lo que es nuestro y en ese afán corrupto pierden todo control
por lo que es cuestión de tiempo que se les acabe pillando. El que los hombres
de Estado sean ladrones que no se pueden pillar resulta frustrante, pero que se
les pille robando es un desastre en tiempos de escasez de modelos de excelencia.
Los que tenemos alma anarquista, al proclamar que la propiedad es un robo, no
creemos que el Estado lo arregle. El Estado no puede convertir en buenos a los
hombres, tampoco en seres prósperos y felices. Cuando lo ha intentado ha sido
un desastre absoluto.
Sólo asimilando la propiedad
como un robo, sólo entendiendo como nuestro lo que podemos cuidar o mejorar
entenderemos que lo que hemos heredado de nuestros padres, nos lo tenemos que
ganar para poseerlo. O, puestos a pedir, que no heredamos la tierra de nuestros
antepasados, sino que la hemos tomado prestada de nuestros hijos y nos
corresponde devolverla mejor de cuando la tomamos. Y eso, que habla no sólo de
propiedad, sino de categoría moral, no podemos permitir que nadie nos lo robe.
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