Siempre me ha gustado el
momento en que el sol se despide del cielo y convierte su entorno en una hermosa
y hechizante marea naranja de la que resulta imposible desviar la mirada. Hoy
para despedir a nuestro Astro Rey como se merece, estoy sentado a la orilla del
mar con los codos apoyados en las rodillas y contemplando el reflejo de esa
maravilla en las aguas color turquesa que acuden solícitas a aportar su grano
de arena a la serenidad del entorno... Hace algo de frío, al fin y al cabo
estamos en invierno, pero en realidad poco importa. Bajo esa luz transparente y
onírica la paz se apodera del espíritu y el viento me contagia de ese olor a
mar que apacigua y produce bienestar. Sin saber muy bien por qué, me viene a la
mente un relato de Borges en el que dice haber soñado con inmensas aulas polvorientas
repletas de pizarras en las que hay escritas interminables relaciones de
palabras alfabéticamente ordenadas, y donde continuación de cada una de ellas
hay números expresando cantidades: Se trata de las palabras que nos estará
permitido pensar o pronunciar a lo largo de nuestra vida. El número no está
cerrado, se modifica por razones inexplicables y por circunstancias que nunca
entenderemos.
Estremecedor, ¿verdad?
Especulo con cuantas palabras pasarán por nuestro cerebro y que jamás serán
pronunciadas... ¿Qué será de ellas? ¿Y cuántas pronunciaremos sin pensarlas
antes? ¿Y qué pasa cuando las proferimos en soledad, se las llevará el aire o
quedarán flotando a nuestro alrededor como fantasmas, esperando el momento
propicio para volver a la vida? Supongo que habrá también una cifra que indicará
lo que sentiremos contemplando una puesta de sol de las que nos será dado
disfrutar, para sobrellevar con mejor ánimo la inmutabilidad de lo cotidiano.
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