Que se
oigan los cánticos
que
exigen justicia,
que
giman los parlamentos
donde se
proclaman las mentiras,
que se
abran las puertas
al
legítimo deseo de felicidad.
Que se
llenen los labios
de
palabras color carmín,
que la
luna color plata
se digne
a iluminar las noches
de los mudos
y los ciegos.
Que se
escuche la serenata
de la
verdad más cruda,
que se
escriban con firmeza
los
nombres de los traidores,
que se
canten a viva voz
en las
plazas y en los parques.
Que se
difunda el mensaje
de que no
se vende la esperanza
ni
consiente su permuta
por
algún bien confortable.
Que nos
escuchen y lo sepan,
que se
siembren los cuencos
y se
declare el amor en guerra,
que se
unten en los cuerpos
la miel
de las abejas,
que se
amen los enjambres
y se
amontone la pasión.
Que se
descarguen orgasmos,
que se
legisle con cordura,
que se
exija a los exegetas
permitirnos
vivir y disfrutar.
Que el
viento no borre del todo
las
huellas del camino,
que se
eliminen los escombros
y las
palabras cargadas
de
ponzoña e inquina.
Que siempre
queden
sueños
por cumplir,
que la
lucha no se dirima
sólo en
los campos de batalla,
que no
se expropien los deseos
de
embriaguez y amor.
Que
todos tengamos claro
que la
revolución ha de ser
un
estado de ánimo
permanente
o no será.
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