A veces parece
que son las cosas
las que nos eligen
para proporcionarnos
el placer de poseerlas.
Casi sin darnos cuenta
caemos en sus redes
y terminan formando
parte esencial de nuestra vida,
convertidas en reliquias,
trofeos o fetiches
sin los que aparentemente
ya no podremos vivir.
Acaban por convertirse
en diosecillos domésticos
de un culto hogareño
lleno de recuerdos.
Desprenderse de ellas
y de su reclamo
es más difícil de lo que parece:
ya sean ornamentos
que han formado parte
de nuestra imagen,
curiosidades encontradas
no se sabe dónde,
útiles de cocina
envejecidos por el uso,
o viejos marcos
que contribuyeron
a forjar nuestra memoria...
Cualquier objeto
pues la lista puede
hacerse interminable,
es el misterio de las cosas
y de su mágico poder
sobre nuestros sentimientos.
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