Libertad de mercado, iniciativa
privada y reducción del Estado a su mínima expresión son los tres pilares donde
se sustenta el ideario del capitalismo. Las tres cuestiones están tan
íntimamente relacionadas que el Estado se convierte en enemigo, molesta a los
mercados, principalmente desde la perspectiva de la restricción de los
beneficios en forma de impuestos, y por la labor legislativa que puede impedir
o dificultar que la iniciativa privada se vea libre para actuar a su antojo y
conveniencia. Ese mismo Estado deja de ser una traba, según el recetario
neoliberal tan en boga ahora mismo, cuando se articula en la privatización de
empresas estatales, la restricción presupuestaria y la desregulación de
mercados en los que aún perduran normas destinadas a proteger a sectores
amplios de la población... Pasos que por otro lado se han dado incluso desde
iniciativas gubernamentales autocalificadas de izquierdas, que no hemos de
olvidar sentaron las bases para lo que ahora está sucediendo. El pretexto para
el proceso de privatizaciones en el que el monopolio estatal pasa a manos de
intereses privados, ha sido la liberalización y la consecuente competencia
empresarial, que según la receta mejora servicios y abarata costes... Pero en
la práctica se ha traducido en renovados monopolios, esta vez privados, que
adquieren un nuevo territorio de explotación desde posiciones ventajosas, en la
medida en que se encuentran con empresas desarrolladas y sin apenas
competencia.
Además, que estas empresas
antes estatales pasen a manos privadas supone un trasvase del poder de lo
público a lo particular, creando lazos político-empresariales que significan
que el ejercicio de gobierno se realiza con el fin del beneficio de unos pocos,
lo cual a su vez supone el aniquilamiento de facto del interés general. Esto
supone, primero, que el contrato social que ha de buscar el bien público sobre
el que se legitiman los Estados queda invalidado, lo que a su vez deja sin
efecto los derechos adquiridos a través de ese compromiso. El neoliberalismo
intentará enmascarar la realidad especialmente a través del discurso
democrático, articulado a través del sistema parlamentario (sobre todo si
obtiene una amplia mayoría) y, con el pretexto de la seguridad, otorgará
especial relevancia al componente policial de los Estados, que pasará a
defender los intereses privados y a reprimir cualquier discrepancia en las
calles.
Entonces, por un lado nos
encontramos con monopolios privados en los que se concentra el poder y por otro
democracias fantasma, en la medida en que ocultan la ruptura del contrato
social, como marco en el que se desarrolla la economía y el poder de mercado
capitalistas. En este cuadro se ha intentado humanizar el sistema a través de
la construcción del llamado estado del bienestar, una alternativa desde dentro
para validar de alguna manera el contrato social. Pero en la práctica acabó
siendo una etapa donde se perfeccionaron los mecanismos de enmascaramiento, mientras
se preparaba la siguiente fase de desmantelamiento de los Estados, una vez la
concentración corporativa fue ampliando su espectro...
En la actualidad parece que
sólo Internet ha venido a cuestionar el monopolio temático ya formalizado a
través de la televisión y la prensa escrita tradicional. Puede que no hayan
contado con el poder organizativo que otorgan la libertad e inmediatez con que
se difunden los mensajes y las convocatorias opositoras por las redes sociales.
Esta novedad coincide justo cuando las
acciones del Poder se concentran en la reducción de costes laborales y
sociales, como modo de aumentar el margen de beneficios o para pagar las deudas
corporativas y que se articulan sin concesiones con el abaratamiento de la mano
de obra, ya sea mediante deslocalizaciones, reducción de plantilla, pagando
salarios miserables, etc.… En este sentido, la realidad se está imponiendo a la
ficción, o en otras palabras, hay una disfunción entre la información enmascaradora
y la realidad, en la que el Parlamento rinde pleitesía a los grandes nombres
corporativos, mientras los ciudadanos reciben notificaciones de desahucio, ERES
a mansalva o recortes en el subsidio de desempleo.
Con internet por medio, la
inmediatez de lo real se impone al discurso, en la medida en que alguien puede
verse durmiendo en la calle mientras recibe la notificación del colegio
electoral al que pertenece, en relación con la próxima convocatoria de
elecciones. Esta apelación a lo real se refiere a la supervivencia, en la
medida en que gran parte del sustento que proporcionaba el estado del bienestar
se ha esfumado, de tal modo que desaparecen determinadas seguridades que acolchaban
el consumo, como por ejemplo, el derecho a la vivienda digna o la protección de
las capas sociales más desfavorecidas. Y el mundo visto desde la posibilidad de
quedarse a la intemperie tiene una demanda elemental que cambia la perspectiva
de las cosas. En este nuevo estado donde prima la supervivencia y aparecido al
son del recetario neoliberal, nos encontramos con una clase dominante cada vez
más reducida que hace las funciones de depredador sobre una clase dominada cada
vez más acorralada y mayoritaria, pirámide que se ha consolidado destrozando el
contrato social y alimentando democracias fantasmas, que enmascaran un sistema absolutamente
jerarquizado. Por ello las reivindicaciones de un cambio han de plantearse en el
sentido de reivindicar la formulación de un contrato social que en un primer
momento asegure el sustento material digno e igual para todos, concretado en
aspectos como vivienda, alimentación, sanidad, educación, trabajo y ocio. Y en
un segundo plano, se ha de politizar la economía para hacer cumplir y poder
desarrollar la voluntad general como única garantía contra la depredación.
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