Me encontré con Bel
en una hora cualquiera
de cualquier día.
Aquella jornada prometía
ser como cualquier otra,
no se vislumbraba
nada especial en aquél tiempo
donde el amor era una huella
cargada con el lastre
de lo que se torna imposible.
Y bastaron unas palabras,
un saludo con matices diferentes
acompañado de una sonrisa
luminosa como el sol,
para que la magia verosímil
se manifestara haciendo realidad
lo intuido como improbable.
Y casi sin pensarlo
me vi deseando más vida
para volver a encontrarla,
más corazón para buscarla
detrás del cristal de la conciencia,
no puedo dejar de asombrarme
y alabar mi suerte
por haberlo conseguido.
Ahora, en el día a día de la rutina
que nos une a ambos,
mi alma teje de su sombra
un cielo natural, hilo a hilo
porque en ella comienza el universo
y en ella se termina.
Por ella he vuelto a nacer
de estos actos en la existencia
y cada vez que la abrazo
es como si crecieran en torno nuestro
las flores de un jardín
tan antiguo como el mundo
y a la vez siempre nuevo.
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