¿Cómo es que la deseo de así,
de esta vehemente manera?
¿Por qué la extraño tanto
y qué encuentro en esa mujer,
que echo de menos si no está?
¿De dónde viene esta condición
de pensar tan habitualmente en ella
para ansiar su compañía una y otra vez?
¿Por qué necesito
ahondar de nuevo en su tono vital
y extraer los dones que me ofrece?
Ahora que las circunstancias
hacen imposible mirarla a los ojos
se me aparecen en el recuerdo
como dos espejos que reflejan
la luz del sol revelando la mañana.
Eso y nada más porque no puedo
apretar su cuerpo contra mi cuerpo
como si esperara abrir una brecha
que nos condujera directamente
a otra esfera de la existencia.
De ahí este esfuerzo por escribirle
con palabras más allá de mi voz,
y ofrecerle ese lugar donde ríe
o llora con su cabeza en mi pecho:
Llorando, sí. Y riendo también.
Porque la dicha se manifiesta
de muchos modos y maneras,
como lo hace este amor que florece
con la vista mutuamente adherida
a una última quimera confiada
en que el mundo entero cambie
a mejor para nosotros y para todos.
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