viernes, 19 de marzo de 2010

CADENA Y BOZAL


Domingo de primavera. Una mañana espléndida de sol y placidez. Los comercios están abiertos, pues en zona turística los festivos no cuentan. La gente hace cola en la panadería y en el supermercado los carritos de la compra ya están cumpliendo diligentemente su función. Los árboles reverdecen: Se ocupan contentos de la fotosíntesis, mientras algunos pajarillos hacen tertulia en las ramas sin incordiar demasiado. Eso sí, las lunas de algunos coches ya se han resignado a su suerte de manchas diminutas...

Lo contemplo todo con satisfacción mientras me dirijo a comprar los periódicos. Es agradable la sensación que me produce este paisaje urbano del pueblo que me acoge. Quizás escriba sobre ello, pero eso será más tarde porque ahora me apetece sentarme en la plaza, en uno de mis bancos preferidos, al lado de un pequeño parque infantil donde ya corretean algunos niños. Es sencillo, con pocos columpios, escasas zonas verdes y un arenero rodeado de una valla de madera pintada de variados colores. De fondo se escuchan las conversaciones de las madres, mientras los niños realizan efímeras construcciones en la arena y gritan de placer coronando el cielo, trepados a su inocencia.

En realidad la valla no hace gran cosa. Por lo que sé nunca se le dio bien retener a los niños, pero está recién pintada y contribuye a la armonía del entorno, tácitamente acordada en aquella mañana de esparcimiento... De pronto algo ocurre que la altera: Aparece una señora que atraviesa la plaza. A su lado lleva un chucho pequeño, de abundante pelo, que camina moviendo alegre el rabo y lleno de energía en su paseo mañanero. Uno de los niños repara en él y sale corriendo en su busca ignorando los consejos de su madre respecto a no congeniar con hombres y canes desconocidos. El susodicho se asusta y echa a correr a su vez, la dueña corre detrás del crío y el perro... Y la madre, sobresaltada por los gritos y ladridos de unos y de otros, sale de estampida detrás de la dueña del perro, del niño, del perro, y de todo lo que pueda suponer peligro donde realmente no lo hay. Una cadena estrambótica que rompe cualquier espejismo de armonía, porque en un segundo es el caos...

Cuando todos se reúnen al fin en una esquina de la plaza, casualmente al lado del banco que ocupo, la madre agarra al niño de la mano y la señora del perro lo coge en sus brazos, mientras pronuncia una sentencia cruel:

- Mire que si el niño agarra al animal del rabo, y después lo muerde… ¡Debería tener más cuidado!

Ante lo cual, la joven madre, apabullada por el peso de la culpa y sintiendo avergonzada los ojos de los demás puestos en ella (los pájaros han suspendido la conversación y hasta a los árboles parece paralizárseles la fotosíntesis), se disculpa torpemente y con un hilo de voz responde:

- Por dios, pero si está vacunado y es inofensivo... aún así prometo que no volverá a ocurrir: Nunca más volveré a sacar al crío sin su cadena y su bozal.

2 comentarios:

Rita dijo...

Hummmmm Paco, no se de que lado ponerme,a mi estas cosas me despistan mucho, así que lo voy a solucionar poniéndome de parte del perro que es el más débil.
Que bien se vive en un pueblo!!!! a que si?
besitos

Pacogor dijo...

Yo también estoy de parte del perro... Y más que de los pueblos, hablaría de rincones. Esos que reúnen una magia especial e invitan a la serenidad y la reflexión. En todos lados se pueden encontrar sitios así, me consta.