-Siempre nos quedará París. No lo teníamos, lo habíamos perdido hasta que viniste a Casablanca y lo recuperamos anoche".
Cuantas veces me ha emocionado esa maravillosa escena. Hasta tal punto, que desde la primera vez que la presencié he querido ser Bogart en su Ricks Café y haber vivido algo parecido: La victoria del amor, por encima incluso de su propia derrota. En consecuencia he procurado guardar como un tesoro todos los momentos inolvidables que ese sentimiento me ha brindado, y que al final son la fuerza y el valor de una vida. Supongo que podríamos razonarlos como la memoria del alma, que posiblemente sea donde se guardan las emociones que nos definen como ser humano.
Hace poco alguien me preguntó si creía en el amor para toda la vida. La respuesta fue afirmativa, pero con matices. Hay amores que son para siempre, aunque se acaben al poco tiempo de empezar. Pero la huella que nos dejan es tan profunda que nunca podremos desprendernos de ella, aunque otros amores vengan a ocupar su lugar. Se trata del amor que nos enseña a amar, que nos hace experimentar algo único y nos convierte en especiales, que nos sirve de revancha ante nuestras propias limitaciones, que destierra la soledad, el dolor, la desesperanza, que nos da a conocer lo que significa ser feliz y se convierte en ese Paraíso al que volver cuando el mundo se nos deshace bajo nuestros pies...
El presente siempre será más hermoso si nos queda París... Porque con algo así mantenemos la esperanza de que aún haya un lugar para los Ricks y las Ilsas en un mundo que cree cada vez menos en las pasiones más sublimes, para un amor tan profundo que incluso te ofrece el mayor de los premios: La convicción de que tu existencia ha valido la pena. Si has tenido París, no permitas que nada ni nadie te lo arrebate. Si vislumbras la posibilidad de tenerlo, no lo dudes ni un instante...
Cuantas veces me ha emocionado esa maravillosa escena. Hasta tal punto, que desde la primera vez que la presencié he querido ser Bogart en su Ricks Café y haber vivido algo parecido: La victoria del amor, por encima incluso de su propia derrota. En consecuencia he procurado guardar como un tesoro todos los momentos inolvidables que ese sentimiento me ha brindado, y que al final son la fuerza y el valor de una vida. Supongo que podríamos razonarlos como la memoria del alma, que posiblemente sea donde se guardan las emociones que nos definen como ser humano.
Hace poco alguien me preguntó si creía en el amor para toda la vida. La respuesta fue afirmativa, pero con matices. Hay amores que son para siempre, aunque se acaben al poco tiempo de empezar. Pero la huella que nos dejan es tan profunda que nunca podremos desprendernos de ella, aunque otros amores vengan a ocupar su lugar. Se trata del amor que nos enseña a amar, que nos hace experimentar algo único y nos convierte en especiales, que nos sirve de revancha ante nuestras propias limitaciones, que destierra la soledad, el dolor, la desesperanza, que nos da a conocer lo que significa ser feliz y se convierte en ese Paraíso al que volver cuando el mundo se nos deshace bajo nuestros pies...
El presente siempre será más hermoso si nos queda París... Porque con algo así mantenemos la esperanza de que aún haya un lugar para los Ricks y las Ilsas en un mundo que cree cada vez menos en las pasiones más sublimes, para un amor tan profundo que incluso te ofrece el mayor de los premios: La convicción de que tu existencia ha valido la pena. Si has tenido París, no permitas que nada ni nadie te lo arrebate. Si vislumbras la posibilidad de tenerlo, no lo dudes ni un instante...
Aunque parezca ahora no tener
espacios para el alma
y entre jirones grises surjan
las luces del invierno,
supimos encontrar entonces
espacios para el alma
y entre jirones grises surjan
las luces del invierno,
supimos encontrar entonces
un espacio para reconocernos,
gozamos cada día de un espejo
donde guardar los recuerdos
para no sentirnos solos
en el universo deshabitado
de nuestros fracasos.
Los ecos de París
conforman la metáfora viva
de los instantes en que estabas,
mientras yo te miraba absorto
y alumbraba un poema
que sería mi edén en el futuro.
Siempre nos quedará París,
la vacuna contra el olvido y la derrota,
pues supimos hacernos
el regalo inmenso del amor
florecido ante nuestros ojos atónitos,
llenando de sueños aquellos días
y señalando el horizonte
al que podemos regresar
cuando el ánimo lo precise...
gozamos cada día de un espejo
donde guardar los recuerdos
para no sentirnos solos
en el universo deshabitado
de nuestros fracasos.
Los ecos de París
conforman la metáfora viva
de los instantes en que estabas,
mientras yo te miraba absorto
y alumbraba un poema
que sería mi edén en el futuro.
Siempre nos quedará París,
la vacuna contra el olvido y la derrota,
pues supimos hacernos
el regalo inmenso del amor
florecido ante nuestros ojos atónitos,
llenando de sueños aquellos días
y señalando el horizonte
al que podemos regresar
cuando el ánimo lo precise...
En París te tuve y te tengo,
en París tendremos siempre
lo mejor de nosotros mismos.
3 comentarios:
Creo que casi todos tenemos un París inigualable, si, tienes razón, no se podrá olvidar aunque luego vengan otros amores, nuestro particular París es único, besitos
Ese AMOR con letras mayúsculas, que será para siempre aunque físicamente ya no esté a tu lado, lo has definido muy bien cuando lo llamas ... "ese Paraiso al que volver cuando el mundo se deshace bajo nuestros pies".
Aunque la vida sigue...; todo cambia...; nada es para siempre (en ocasiones, ¡afortunadamente!), merece la pena haber tenido el regalo inmenso de un particular París. Y eso sí debe permanecer inalterable en nuestro corazón como un refugio de amor en los tiempos difíciles
Pero París también puede ser un lugar donde renovar esperanzas, no solamente un recuerdo maravilloso al que volver. Particularmente ambiciono pocas cosas, pero a esa nunca estaré dispuesto a renunciar.
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