Terminaban la cuarta copa de vino, envueltos en sus respectivas reflexiones...
-¿Qué quieres? ¿Qué necesitas?- Preguntó él.
Silencio.
Ella intentaba concentrarse en la respuesta, en algo más bien cotidiano y despojado de grandes ideas, asombrada de volver a escuchar después de tanto tiempo la melodía de unas palabras que indicaban preocupación y cariño. Se le ocurrían un montón de respuestas válidas, en un espectro que variaba desde lo más frívolo a lo más profundo:
• Una cuenta corriente con muchos ceros a la derecha.
• Una casa en la ciudad, otra en la playa y una tercera en alguna isla paradisíaca del Pacífico.
• Una visita a un cirujano plástico para eliminar arrugas y endurecer los pechos.
-¿Qué quieres? ¿Qué necesitas?- Preguntó él.
Silencio.
Ella intentaba concentrarse en la respuesta, en algo más bien cotidiano y despojado de grandes ideas, asombrada de volver a escuchar después de tanto tiempo la melodía de unas palabras que indicaban preocupación y cariño. Se le ocurrían un montón de respuestas válidas, en un espectro que variaba desde lo más frívolo a lo más profundo:
• Una cuenta corriente con muchos ceros a la derecha.
• Una casa en la ciudad, otra en la playa y una tercera en alguna isla paradisíaca del Pacífico.
• Una visita a un cirujano plástico para eliminar arrugas y endurecer los pechos.
• Que las historias de amor apasionado no acabasen nunca.
• Sexo puro y duro, que la hiciese despertar de su letargo.
• Estar sola, mejor que mal acompañada.
• Una biblioteca que llenase una habitación entera (hasta el techo, por supuesto)
• Acabar con el hambre y la miseria en el mundo.
• Vivir en una sociedad más ética y más justa.
• ...
Y así hasta el infinito, podría haber argumentado mirándole a los ojos sin pudor.
-No sé. Bueno, nada especial..., O sí... Que me des un beso.
Le sorprendió todo lo que no alcanzó a decir, la inmensidad del espacio de lo no dicho, ese mundo oculto, privado y a la vez tan aterrador por lo que significaba de distancia entre ambos...
-Que me des un beso.
Fue la respuesta mecanizada por el peso de los años, pero no pudo ocultarse a sí misma la falta de honestidad de aquella articulación verbal que le parecía la única posible a esas alturas sin descubrirse.
-Que me des un beso.
Cuantas traiciones encierra el sin sentido de lo no dicho.
• Sexo puro y duro, que la hiciese despertar de su letargo.
• Estar sola, mejor que mal acompañada.
• Una biblioteca que llenase una habitación entera (hasta el techo, por supuesto)
• Acabar con el hambre y la miseria en el mundo.
• Vivir en una sociedad más ética y más justa.
• ...
Y así hasta el infinito, podría haber argumentado mirándole a los ojos sin pudor.
-No sé. Bueno, nada especial..., O sí... Que me des un beso.
Le sorprendió todo lo que no alcanzó a decir, la inmensidad del espacio de lo no dicho, ese mundo oculto, privado y a la vez tan aterrador por lo que significaba de distancia entre ambos...
-Que me des un beso.
Fue la respuesta mecanizada por el peso de los años, pero no pudo ocultarse a sí misma la falta de honestidad de aquella articulación verbal que le parecía la única posible a esas alturas sin descubrirse.
-Que me des un beso.
Cuantas traiciones encierra el sin sentido de lo no dicho.
2 comentarios:
Mucha razón querido Paco, traiciones y desilusiones, desencanto y aburrimiento, también esas cosas se quedan ahí, en lo no dicho, cierto, ¿y porque no decirlo? pero ese es otro tema, un beso y feliz domingo
Que tal? Por cierto, no asistiré a la cena, ya que la polémica que se ha creado en torno de quienes estan admitidos a ir a ella o no, me parece de muy mal gusto. Sin embargo si te animas a salir de copas puede que nos veamos.
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