¿Quién podría ser yo,
lejos de mi exilio interior?
Probablemente un ser extraño,
algo así como el agua perdida
en la inmensidad de un desierto.
Todo lo que siento me desliga
de los cruces de caminos
donde confluyen los tiempos del ahora,
nada me incorpora al reflujo
en el que se ahogan las ideas
y se enaltecen el absurdo y lo falso.
¿Qué hacer en el exilio
de una larga noche donde las aguas
se refieren a tu nombre?
Nadie me habla
de las mariposas de mis sueños,
ni la tierra, ni el fuego:
acaso la mar con sus reflujos,
puliendo los cantos rodados
que cargo en el alma.
Intento ser ligero
como los vientos lejanos
que cargan de humedad las montañas,
ser amigo de los seres extraños
que llevan las nubes en su seno.
¿Qué hacer con las respuestas
que conservaba en la seguridad
de las paredes de mi casa?
¿Queda algo de mí o de ti
para cultivar una caricia
en los muslos de entrada al Paraíso?
Sería extraño que los sueños
dejasen de alumbrar
el camino recorrido a toda costa
hasta los confines del exilio,
el lugar desde donde mejor se divisan
el frío, el tiempo desvaído y la locura.
Ahí me reconozco, como una silueta
forjada en la pasión y la fugacidad,
torneada en ausencias y cenizas,
deletreando fragilidad,
luchando a brazo partido
contra el vértigo el escepticismo,
y siempre haciendo equilibrios
entre los despeñaderos de la existencia.
lejos de mi exilio interior?
Probablemente un ser extraño,
algo así como el agua perdida
en la inmensidad de un desierto.
Todo lo que siento me desliga
de los cruces de caminos
donde confluyen los tiempos del ahora,
nada me incorpora al reflujo
en el que se ahogan las ideas
y se enaltecen el absurdo y lo falso.
¿Qué hacer en el exilio
de una larga noche donde las aguas
se refieren a tu nombre?
Nadie me habla
de las mariposas de mis sueños,
ni la tierra, ni el fuego:
acaso la mar con sus reflujos,
puliendo los cantos rodados
que cargo en el alma.
Intento ser ligero
como los vientos lejanos
que cargan de humedad las montañas,
ser amigo de los seres extraños
que llevan las nubes en su seno.
¿Qué hacer con las respuestas
que conservaba en la seguridad
de las paredes de mi casa?
¿Queda algo de mí o de ti
para cultivar una caricia
en los muslos de entrada al Paraíso?
Sería extraño que los sueños
dejasen de alumbrar
el camino recorrido a toda costa
hasta los confines del exilio,
el lugar desde donde mejor se divisan
el frío, el tiempo desvaído y la locura.
Ahí me reconozco, como una silueta
forjada en la pasión y la fugacidad,
torneada en ausencias y cenizas,
deletreando fragilidad,
luchando a brazo partido
contra el vértigo el escepticismo,
y siempre haciendo equilibrios
entre los despeñaderos de la existencia.
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