La noche se agitaba con violencia inusitada y la luna llena hacía ver la mar como un extenso campo sin cultivar que escupía sin cesar espuma en todas direcciones. Los chasquidos de las olas sonaban con una fuerza estremecedora. Las estrellas parecían miles de luciérnagas esparcidas por el cielo. Mientras contemplaba aquél sobrecogedor espectáculo maldecía las fronteras, a los gobernantes sin espíritu solidario y sus leyes injustas, a los países que se habían subido hacía mucho al carro de las injusticias, y a las banderas que esconden actitudes vergonzantes bajo su surtido de colores. Tampoco es que tuviese algo más destacado que hacer, salvo no moverme demasiado, esforzarme en que el miedo no me atenazara el ánimo y rogar para que la desmantelada barca llegase a su destino.
El viaje, desde que salí de casa, había durado dos largos años y hube de enfrentarme a un sinfín de peligros. Pero jamás en todo aquél tiempo había pasado tanto miedo como esa noche. Intenté combatirlo con su imagen, la de la mujer que siempre estuvo a mi lado, cuyo espíritu hubo de quedarse en nuestra tierra humedecida con el color de su sangre, derramada en uno de los tantos conflictos armados sin sentido que asolan ese continente maldito.
Me hubiera gustado llegar a la costa y hacer una llamada a Salah para contarle que el periplo se había completado al arribar a mi destino, y que pensaba trabajar de sol a sol hasta lograr que volviéramos a reunirnos en un nuevo lugar, para dar salida a nuestras esperanzas. Pero a veces la realidad se comporta de manera sumamente cruel con nuestros planes: Ella ya no estaba, y al volcar la patera supe que daba igual, porque a la orilla que se encontraba ya tan cercana sólo podría llegar un cuerpo sin vida.
El viaje, desde que salí de casa, había durado dos largos años y hube de enfrentarme a un sinfín de peligros. Pero jamás en todo aquél tiempo había pasado tanto miedo como esa noche. Intenté combatirlo con su imagen, la de la mujer que siempre estuvo a mi lado, cuyo espíritu hubo de quedarse en nuestra tierra humedecida con el color de su sangre, derramada en uno de los tantos conflictos armados sin sentido que asolan ese continente maldito.
Me hubiera gustado llegar a la costa y hacer una llamada a Salah para contarle que el periplo se había completado al arribar a mi destino, y que pensaba trabajar de sol a sol hasta lograr que volviéramos a reunirnos en un nuevo lugar, para dar salida a nuestras esperanzas. Pero a veces la realidad se comporta de manera sumamente cruel con nuestros planes: Ella ya no estaba, y al volcar la patera supe que daba igual, porque a la orilla que se encontraba ya tan cercana sólo podría llegar un cuerpo sin vida.
A ti, que si lograste llegar a la costa y ahora me honras considerándome tu amigo
1 comentario:
Es una pena, sobretodo dar de lado a esta gente que se juegan la vida en un sueño...un sueño que no se ajusta a la realidad.
Lamentable, la globalización que ha provocado esto y sobretodo la corrupción de sus gobernantes que venden sus minerales, tierras,...a multinacionales para que exploten al país y a sus ciudadanos.
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