martes, 5 de febrero de 2008

ALARMA EN EL AEROPUERTO: Antiguo relato retocado


El eco del grito resonó en una terminal ya prácticamente evacuada. Decenas de pasajeros se agolpaban en las salidas. Un grupo de trabajadores, con sus chalecos reflectantes puestos, contemplaban lo que ocurría desde una prudente distancia. La policía había establecido un cordón de seguridad alrededor del sospechoso, aunque a éste no parecía importarle estar en el punto de mira de una docena de rifles automáticos.

-¡Al suelo! ¡He dicho que se ponga al suelo! ¡Nada de movimientos
bruscos!- fue el aviso del oficial al mando.

El desconocido les dirigía una mirada desapasionada, propia de los que ya no tienen nada que perder. En cada mano sostenía un botecito sin etiqueta, parecido a los que están permitidos subir a los aviones con el equipaje de mano. Adherida a su espalda llevaba una mochila negra con grafías árabes.

-No lo podrán evitar... he venido aquí a hacer lo que debo hacer- dijo a los agentes. Sonrió tristemente, mientras los ojos se le poblaban de lágrimas.

-“No es necesario utilizar la fuerza... tranquilícese, y baje esos botecitos al suelo. Sea lo que sea lo que le ocurre, intentaremos buscar una solución- repuso el oficial con voz que se esforzaba en ser tranquilizadora.

Se preguntó si un disparo certero entre los ojos podía abrir los dedos de la mano de un potencial terrorista. Hubo un momento de indefinición, pero inesperadamente, el hombre saltó hacia delante, corriendo como un endemoniado hacia donde se encontraba el personal del aeropuerto. Tenía los brazos abiertos y gritaba.
Sólo pudo recorrer unos pocos metros antes de que un puñado de balas penetraran en su cuerpo, evitando cuidadosamente la mochila. Se desplomó sin vida hacia un lado, como un muñeco.
Los agentes se acercaron lentamente al cadáver con las armas a punto. Uno de ellos se agachó con cuidado para darle la vuelta. El rostro ya cadáver les dedicó una sonrisa macabra, sangrienta.El especialista en explosivos se puso inmediatamente a examinar el contenido de uno de los botes, enfundado en una ridícula armadura de kevlar y fibras ignífugas. Tomó el botecito de una de las manos del muerto y lo abrió. No ocurrió nada. Le dio la vuelta: comenzó a caer un líquido viscoso, transparente. El aire se llenó con un sutil perfume. -Solamente es champú- dijo. -De camomila. De esos para niños, que no pican en los ojos-

El oficial se arrodilló entonces, abriendo la mochila. Estaba llena de periódicos arrugados. Los sacó con violencia, y en el fondo vio un sobre blanco. Lo abrió temiendo leer lo que contenía: Era una simple nota de despedida.

“A quien lo lea: Siento haber generado todo este caos, pero era la forma más rápida y segura de quitarme de en medio. Además no me apetecía hacerlo en casa. Estoy seguro de que lo comprenderán. Le dejo todas mis pertenencias a una organización de caridad. Un abrazo a mi ex-mujer y a mis hijos. Por favor, díganles lo mucho que los quiero. Hasta siempre.”
Le dio la vuelta al papelito, temblando de rabia y frustración. Había una cita entrecomillada:

"Quienes son capaces de renunciar a la libertad esencial a cambio de una pequeña seguridad transitoria, no son merecedores ni de la libertad ni de la seguridad" - Benjamín Franklin.
El oficial se levantó con el papelito arrugado en el puño. No dijo nada a los compañeros. Se limitó a mirar otra vez el cuerpo que yacía en el suelo. Dio media vuelta, y se alejó hacia la salida mientras los presentes lo contemplaban en silencio. Aquella noche intentaría no pensar en lo ocurrido. Probaría a quitarse de la cabeza la idea de que había sido el equivalente humano de una soga, un bote de píldoras o una navaja afilada.

Y mientras se alejaba, iba meditando que el resto de su vida odiaría con todas sus fuerzas el maldito champú de camomila.

2 comentarios:

CRO dijo...

paco!! muy extensos tus textos para la vagancia de lectura jaja... se que tenes mucha pasión adentro ... muchas cosas para decir pero habria que abreviar un poquito :) ...

besos. te quiero!

Anónimo dijo...

De todo ha de haber en la viña del escritor... Y en la de la lectora, claro.