Esto se veía venir. Salvo en el afortunado lapsus en que Tarancón estuvo el frente de la iglesia española y que sirvió para que ésta se subiera al carro de la transición a la democracia, los obispos en España han estado siempre contra las reformas sociales, y han sido un grupo de presión que desde los púlpitos ha hecho política de combate favorable a las posturas más retrógradas y reaccionarias en todos los ámbitos de la sociedad. Así de claro y tajante es el asunto, y no hay más que echar un vistazo a la historia. Resulta increíble que en estos 30 años de democracia se haya podido encauzar el otro gran peligro de involución política que siempre significaron los militares -hoy un ejemplo de respeto a la legalidad y un orgullo para muchos españoles- y sin embargo no se haya logrado enviar a la Iglesia Católica al único lugar que le correspondería en la ordenación jurídica del Estado Español, como es el ámbito privado del ejercicio religioso.
Estos cuatro años de gobierno socialista han sido más de lo mismo:
Un temor inexplicable a las reacciones eclesiásticas ha supuesto que siga vigente el Concordato con el Vaticano, que supone un vergonzoso trato de favor a una entidad privada.
En el ámbito de la financiación de la iglesia, incluso se ha aumentado el porcentaje que la renta de los españoles destina a su mantenimiento.
Se ha permitido todo tipo de desmanes a una cadena de radio perteneciente a la Conferencia Episcopal que, amparada en la libertad de expresión, se dedica al terrorismo radiofónico difundiendo infundios, ataques personales indiscriminados, y lanzando cargas de profundidad a la convivencia entre los ciudadanos.
En educación sigue el anacronismo de que sea el estado el que abone los salarios de los profesores de religión, mientras que son los obispos, al albur de unas razones que sólo ellos conocen, los encargados de contratarlos y despedirlos de una manera absolutamente arbitraria.
Sea esta una pequeña muestra de las culpabilidades del gobierno socialista en materia religiosa, pero aquí se salva muy poca gente. Porque se supone que en un país europeo moderno no se puede cuestionar de ninguna manera el laicismo como la esencia misma del estado. Y eso está ocurriendo un día sí y otro también en España: Aquí se acepta como lo más normal del mundo que no haya un acto público (inauguraciones, festejos...) que no tenga un cura o un obispo echando la correspondiente bendición o sacando la imagen religiosa a las calles.
Es lo que hay: Les damos la mano, y ellos acaban por intentar secuestrarnos las libertades al sentirse lo suficientemente respaldados como para intentarlo. Resulta lamentable la manera con que tratan aún a ciertos colectivos que comienzan a ver la luz al final del túnel de la represión generalizada que han tenido que sufrir. Parece que forma parte de la esencia de la caridad cristiana colocarse en la antítesis de la tolerancia al llamar enfermo a un homosexual, enaltecer la familia tradicional cuando en ella la mujer ha quedado siempre con la pata quebrada y en casa, o echar pestes del consumismo al mismo tiempo que se está presto a empapar con agua bendita la inauguración de un centro comercial...
O lo más grave de todo: Atreverse a decir, como han hecho las huestes del Cardenal Rouco, que en España se atenta contra los derechos humanos. Eso sí que clama (con perdón), al cielo: La misma Iglesia de la Cruzada Nacional y la colaboración con los demás fascismos europeos se olvida de las bolsas de pobreza, la situación de los inmigrantes, el maltrato a las mujeres, el negocio de la guerra y el tráfico de armas..., para erigirse en defensora de algo que sólo existe en las mentes alucinadas de sus dirigentes. Porque las regulaciones avanzadas en cuestiones como las nuevas formas de familia, el aborto, el divorcio, la Asignatura de Educación para la Ciudadanía, e incluso la eutanasia ya vienen funcionando con toda normalidad en países de nuestro entorno como Francia, Bélgica, Italia o Austria, que también son países mayoritariamente católicos. Y en ninguno de ellos hemos visto a las sotanas desafiar el poder legítimamente constituido sacando a las gentes a las calles con proclamas manifiestamente integristas. Definitivamente, la Iglesia Española no tendría perdón de Dios... si este existiera, pero eso es otra cuestión.
Estos cuatro años de gobierno socialista han sido más de lo mismo:
Un temor inexplicable a las reacciones eclesiásticas ha supuesto que siga vigente el Concordato con el Vaticano, que supone un vergonzoso trato de favor a una entidad privada.
En el ámbito de la financiación de la iglesia, incluso se ha aumentado el porcentaje que la renta de los españoles destina a su mantenimiento.
Se ha permitido todo tipo de desmanes a una cadena de radio perteneciente a la Conferencia Episcopal que, amparada en la libertad de expresión, se dedica al terrorismo radiofónico difundiendo infundios, ataques personales indiscriminados, y lanzando cargas de profundidad a la convivencia entre los ciudadanos.
En educación sigue el anacronismo de que sea el estado el que abone los salarios de los profesores de religión, mientras que son los obispos, al albur de unas razones que sólo ellos conocen, los encargados de contratarlos y despedirlos de una manera absolutamente arbitraria.
Sea esta una pequeña muestra de las culpabilidades del gobierno socialista en materia religiosa, pero aquí se salva muy poca gente. Porque se supone que en un país europeo moderno no se puede cuestionar de ninguna manera el laicismo como la esencia misma del estado. Y eso está ocurriendo un día sí y otro también en España: Aquí se acepta como lo más normal del mundo que no haya un acto público (inauguraciones, festejos...) que no tenga un cura o un obispo echando la correspondiente bendición o sacando la imagen religiosa a las calles.
Es lo que hay: Les damos la mano, y ellos acaban por intentar secuestrarnos las libertades al sentirse lo suficientemente respaldados como para intentarlo. Resulta lamentable la manera con que tratan aún a ciertos colectivos que comienzan a ver la luz al final del túnel de la represión generalizada que han tenido que sufrir. Parece que forma parte de la esencia de la caridad cristiana colocarse en la antítesis de la tolerancia al llamar enfermo a un homosexual, enaltecer la familia tradicional cuando en ella la mujer ha quedado siempre con la pata quebrada y en casa, o echar pestes del consumismo al mismo tiempo que se está presto a empapar con agua bendita la inauguración de un centro comercial...
O lo más grave de todo: Atreverse a decir, como han hecho las huestes del Cardenal Rouco, que en España se atenta contra los derechos humanos. Eso sí que clama (con perdón), al cielo: La misma Iglesia de la Cruzada Nacional y la colaboración con los demás fascismos europeos se olvida de las bolsas de pobreza, la situación de los inmigrantes, el maltrato a las mujeres, el negocio de la guerra y el tráfico de armas..., para erigirse en defensora de algo que sólo existe en las mentes alucinadas de sus dirigentes. Porque las regulaciones avanzadas en cuestiones como las nuevas formas de familia, el aborto, el divorcio, la Asignatura de Educación para la Ciudadanía, e incluso la eutanasia ya vienen funcionando con toda normalidad en países de nuestro entorno como Francia, Bélgica, Italia o Austria, que también son países mayoritariamente católicos. Y en ninguno de ellos hemos visto a las sotanas desafiar el poder legítimamente constituido sacando a las gentes a las calles con proclamas manifiestamente integristas. Definitivamente, la Iglesia Española no tendría perdón de Dios... si este existiera, pero eso es otra cuestión.
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