Hoy la palabra está de luto. Desde luego la mía lo está. La poesía ha quedado huérfana de uno de sus más ilustres representantes: Esta noche se nos ha muerto Ángel González, el más genuino ejemplo de lo que se conoció en España como la generación de los 50, que revitalizó en medio de un auténtico páramo cultural el movimiento poético en habla hispana. La noticia llegó como un mazazo, y me ha dejado sin habla. Hago un esfuerzo por escribir algo en su memoria, pero me pregunto que puedo decir para estar a la altura de lo que Ángel significa. Me vienen a la mente tantas sensaciones que ha logrado provocar en mi alma... Y mis infortunados intentos por seguir sus pasos literarios, escribiendo sobre lo que él escribía, dejando que su influencia penetrase hasta lo más profundo de mi ser, pensando que alguien pudiese concederme el honor de calificarme como un discípulo...
Está de más comentar sobre su vida porque habrá referencias de ese tipo en todos los medios de comunicación. Pero si no han tenido la suerte de leerle, háganme caso: Busquen a toda prisa alguna antología y lean... Me lo van a agradecer. Y no pierdan la oportunidad de escucharle en el maravilloso disco en que colaboró con el cantautor Pedro Guerra, “La palabra en el aire”: Ambos se alternaban, uno cantando y el otro recitando poemas que llevaban su firma.
Está de más comentar sobre su vida porque habrá referencias de ese tipo en todos los medios de comunicación. Pero si no han tenido la suerte de leerle, háganme caso: Busquen a toda prisa alguna antología y lean... Me lo van a agradecer. Y no pierdan la oportunidad de escucharle en el maravilloso disco en que colaboró con el cantautor Pedro Guerra, “La palabra en el aire”: Ambos se alternaban, uno cantando y el otro recitando poemas que llevaban su firma.
Les dejo un par de poemas y me voy al rincón de las desesperanzas, a dejar que las lágrimas suavicen algo de este dolor que me atraviesa:
Para que yo me llame Ángel González,
Para que yo me llame Ángel González,
para que mi ser pese sobre el suelo,
fue necesario un ancho espacio
y un largo tiempo:
hombres de todo mar y toda tierra,
fértiles vientres de mujer, y cuerpos
y más cuerpos, fundiéndose incesantes
en otro cuerpo nuevo.
Solsticios y equinoccios alumbraron
con su cambiante luz, su vario cielo,
el viaje milenario de mi carne
trepando por los siglos y los huesos.
De su pasaje lento y doloroso
de su huida hasta el fin, sobreviviendo
naufragios, aferrándose
al último suspiro de los muertos,
yo no soy más que el resultado, el fruto,
lo que queda, podrido, entre los restos;
esto que veis aquí,
tan sólo esto:
un escombro tenaz, que se resiste
a su ruina, que lucha contra el viento,
que avanza por caminos que no llevan
a ningún sitio. El éxito
de todos los fracasos.
La enloquecida fuerza del desaliento...
Hasta siempre, Ángel González, maestro de poetas: Tendremos que hacer el esfuerzo de hacerte caso cuando decías aquello de...
La lágrima fue dicha.
Hasta siempre, Ángel González, maestro de poetas: Tendremos que hacer el esfuerzo de hacerte caso cuando decías aquello de...
La lágrima fue dicha.
Olvidemos
el llanto
y empecemos de nuevo,
con paciencia, observando las cosas
hasta hallar la menuda diferencia
que las separa
de su entidad de ayer
y que define
el transcurso del tiempo y su eficacia.
¿A qué llorar por el caído
fruto,
por el fracaso
de ese deseo hondo,
compacto como un grano de simiente?
No es bueno repetir lo que está dicho.
Después de haber hablado,
de haber vertido lágrimas,
silencio y sonreíd:
nada es lo mismo.
Habrá palabras nuevas para la nueva historia
y es preciso encontrarlas antes de que sea tarde.
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