miércoles, 15 de agosto de 2007

PÉRDIDAS


Con el paso de los años
dolorosamente aprendemos
lo inevitable de abandonar
personas, sentimientos, ideales,
bagajes que se nos van quedando
al borde de los caminos recorridos.
Cada pérdida será un fantasma
aturdido, torpe y abatido
que camina por el otro lado,
el oscuro y sombrío del espejo.
Cada pérdida era una ilusión
calcinada en la hoguera cruel
de los grandes sueños imposibles
o los pequeños fracasos cotidianos.
Cada pérdida es una fractura
una herida siempre diferente,
la escenificación de un fracaso:
la certeza de que somos hijos
de nuestra propia imperfección.
Y las almas, desamparadas,
transmutan en vagabundos
arrastrando su dolor silencioso,
el tiempo sabiéndoles a ausencia,
la dignidad roída por la tristeza.
Nadie puede ser cauce de vida,
porque puede convertirse algún día
en agua estancada y desamparo.
Es duro asumir que a menudo
no hay culpables a los que señalar,
todos acaban siendo víctimas
de su imposibilidad de ofrecer,
de sus limitaciones y temores
o las fatalidades del destino.
Pero, aunque pueda llegar a parecerlo,
nada muere en nuestro interior,
las llagas serán viejas cicatrices
con el paso inapelable del tiempo.
Al final, lo que nos queda es intentar
hacer las cosas lo mejor que podamos,
porque es aceptable la pena en el rostro
pero no la vergüenza en el corazón.

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