
Pero sigamos hablando del dolor. Yo he llegado a considerarlo como algo vivo. Un ser maligno cuya ocupación es causar el mayor daño posible. En mi primera experiencia que pasé hace ya algunos años, así lo sentí y ya nunca he podido verlo de otra manera. Mantuvimos una guerra en la que llegó a ganar muchas batallas, pero al final fue derrotado. Nunca pude olvidar los episodios pasados y durante estos años en que me vi libre sabía que a la menor oportunidad volvería a presentarse para convertirme de nuevo en otra de sus presas. Cuando se hace presente en su cara más brutal la finalidad es convertirse en la única realidad del que lo padece. Se apodera por completo de tu persona y hace desaparecer lo mejor de tu vida.
Cuando caes de esa manera en sus garras, las sesiones de tortura se harán interminables. No hay piedad posible. Pero lo último que cabe es la resignación. Nuestra rebeldía ha de hacerse patente, realizando todo lo que esté en nuestra mano para combatirlo y nunca, por muy duro que pueda hacerse, se ha de perder la esperanza de conseguir vencer. Dos son los recursos a nuestra disposición:
En primer lugar, acudir a los que deberían ser nuestros aliados en esa lucha: Nuestros seres más cercanos que nos servirán de apoyo, y los profesionales –médicos y enfermeras- aunque a veces el sistema sanitario y algunos de los que forman parte de él más parece que colaboren con nuestro enemigo que con nosotros. No hay que desesperar. En esos casos, hay que seguir intentándolo hasta encontrar el especialista que acabará por implicarse en nuestra lucha. A los demás, si es que hemos tenido la desgracia de toparnos con ellos, hay que mostrarles nuestro desprecio de la forma más práctica: denunciándolos en las instancias oportunas.
En segundo lugar, pero no menos importante, está el mantener en alto nuestro ánimo durante todo el tiempo que nos sea posible. Inevitablemente habrá momentos duros en que decaeremos, pero hemos de conseguir siempre levantarnos para intentar controlar nosotros a nuestro enemigo y no ser controlados por él. No es tan poderoso cuando disponemos de los recursos adecuados, y es vital impedir que el mal, que es tan sólo físico, invada nuestra mente y se convierta también en sicológico. Siempre que podamos debemos recuperar nuestra vida, su normalidad, hemos de seguir cultivando nuestros intereses intelectuales y sociales, regalarnos con el disfrute de las personas y cosas que nos gustan. Volvernos a sentir nosotros son las pequeñas victorias que darán sentido a lo que ocurre. Tampoco nos sintamos víctimas, aunque tengamos todas las papeletas para serlo: Somos combatientes y como tales hemos de comportarnos.
Una última cuestión. Personalmente, mis mayores satisfacciones no han llegado cuando hemos logrado aminorar el dolor o acabar con él. Eso lo que produce es descanso. Han llegado cuando peor me encontraba y quedaban ánimos para soltar alguna ocurrencia que hacía sonreír a los que se encontraban alrededor y me demostraba a mí mismo que no me había destruido, que aún podía burlarme de él, hacerle un corte de mangas mental que no cura físicamente, pero que sienta de maravilla. Que te den, capullo...
Hay mucha gente que sufre en esta vida. Pero el sufrimiento del dolor físico intenso y constante es otra cosa. Tanto que los mismos hospitales ya tienen unidades del dolor. Las leyes y la moral deberían estar al lado de los que lo padecen, pero desgraciadamente no suele ser así. Eso sería materia para otro tipo de reflexiones. Hoy sólo quería mostrarles mi cariño a los pacientes y pedirles valor para mantener en alto el ánimo y seguir adelante. Como en tantos otros aspectos de la vida, aún nos quedan muchas batallas por librar a todos para sentirnos derrotados por algo.
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