miércoles, 27 de junio de 2007

LIBERACIONES


Los minutos administran
su propio tiempo.
Hay veces que lo alargan
hasta hacerlo interminable.
Cuando eso ocurre,
un día llega a ser más dilatado
que cualquier esperanza.
Sus veinticuatro horas se alzan
como una muralla inexpugnable,
que aplasta cualquier anhelo
y todas las sonrisas.
En esa jornada, que es eternidad,
parecen no quedar fuerzas
sino para la tristeza.
Algo se habrá roto,
pero es nuestra obligación
levantar la cabeza,
alcanzar el impulso necesario
para dar el primer paso
hacia delante.
Bastaría con enfrentarnos
a las propias limitaciones
que nos imponemos
y de las que acabamos siendo reos.
Nos conformamos con sobrevivir
en nuestros metros de angustia,
temiendo el incierto futuro
que nos aguarda,
si logramos sacudirnos
el yugo que nos oprime.
En realidad somos
nuestros propios carceleros,
y la liberación se encuentra
mucho más cercana
de lo que imaginamos.

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