La Aldea de San Nicolás es un pueblo de unos nueve mil habitantes, situado en la costa noroeste de Gran Canaria, separado geográficamente del resto de la isla por barreras montañosas, acantilados y con una carretera que hace complicado el acceso. Sus habitantes viven básicamente de la agricultura de exportación y en los últimos años se ha extendido el cultivo del tomate de invernadero. Allí se encuentra el “Instituto de Enseñanza Secundaria La Aldea”, un centro educativo con unos 600 alumnos y 60 profesores que se está convirtiendo en un ejemplo y un orgullo para la comunidad educativa canaria. Hace unos meses ya recibió el Primer Premio del Consejo Escolar de Canarias a la labor educativa y hoy recibirán en Madrid, de manos de la Ministra de Cultura, el Segundo Premio Nacional Marta Mata por "transmitir valores y modelos positivos que otorgan mayor calidad y sentido a la enseñanza y por promover el trabajo colectivo y la participación".
Repasando el catálogo de actividades que les han llevado a recibir estos galardones, asombra lo que un pequeño núcleo de profesores ha logrado con el amor a su profesión como bandera. Si disponen de un poco de tiempo y se les ha despertado la curiosidad, les recomiendo que visiten su página web que les aseguro no tiene desperdicio: http://www.ieslaaldea.com
“Hola. Saludos a todos. Tantos años con ustedes y nunca me había decidido a dirigirles unas palabras. Los edificios somos así, silenciosos. Preferimos que nuestras voces sean el eco de la gente que los habita. Para empezar quizás debería presentarme, aunque sé de sobra que todos me conocen. De todas maneras me gustaría contarles mi pequeña historia, porque al fin y al cabo ustedes también forman parte de ella.
Mi nombre oficial es el de “Instituto de Enseñanza Secundaria La Aldea”. Un poco largo, la verdad. Imagínense la pesadez que significaría que cada vez que me nombrasen tuviesen que hacerlo de esa manera. Así que hasta los que me lo pusieron lo acortan, prefiriendo el de “I.E.S La Aldea”. Aunque, si quieren que les sea sincero, a mí como realmente me gusta es que me llamen es “el Insti”. Cada vez que oigo esa palabra, y el cariño con que la pronuncian los alumnos que por aquí deambulan, tengo que hacer grandes esfuerzos para que no se me derrita el yeso de las paredes.
Sí, han leído bien: He dicho alumnos. Es que, como habrán ya imaginado, soy un centro de enseñanza. Pequeñito en relación con otros (son 600 alumnos y unos 60 profesores), pero me siento muy orgulloso de serlo. Soy el Instituto de la Aldea de San Nicolás, de tu pueblo que también es el mío y al que tanto quiero. Un pueblo de alrededor de nueve mil habitantes, que vive preferentemente de la agricultura y que forma una comunidad separada geográficamente del resto de Gran Canaria, con una historia y una cultura que la hace única.
Pero no voy a hablarte de eso, por una vez quiero yo ser el protagonista. Porque al hablar de mí, también lo hago de todos los que han pasado por el centro: Un edificio no son sólo paredes, un techo y un suelo que pisar. ¿No han visto lo que les pasa a las viviendas que no están habitadas? Se deterioran rápidamente y mueren de tristeza. La vida en su interior la proporcionan los seres humanos que en él se instalan, su calor personal, las experiencias que pasan, los buenos y malos momentos que se viven... Por eso me considero un afortunado, porque mis pasillos y mis aulas están llenos de vida, ruidos, risas, nervios y alguna que otra lágrima. Las vivencias de los profesores y los alumnos, son las mías propias. Puede que ni siquiera se lo hayan planteado, pero todos los que han estado o están ahora mismo dando y recibiendo clases en este centro, forman parte de mi esencia. Mis rincones están impregnados de sus recuerdos, que también son los míos.
¿Saben? También siento orgullo por la herencia que he recibido. No soy el primer centro de este tipo en el pueblo. Los que ya tienen unos años recordarán el Instituto de La Palmilla y nuestro más ilustre antecesor, el Colegio Libre Adoptado San Nicolás de Tolentino. Allí se formaron las primeras promociones de bachilleres aldeanos. Mis comienzos fueron más modestos, como centro de FP, nombre con el que se me conocía hasta hace poco. Lo de Insti me lo he tenido que ganar a pulso, por eso me gusta tanto escucharlo.
Les voy a contar un pequeño secreto, y espero que los profes sepan perdonarme: Mi debilidad son los alumnos. Los chicos y chicas que aquí dentro contribuimos a formar como personas y a prepararles intelectual, física y mentalmente para su recalada al mundo de los adultos. Llegan pequeñajos, casi unos niños. Los voy viendo crecer, madurar, adquirir conocimientos de todo tipo, incluso enamorarse (si yo hablase..., pero tranquilos, que soy una tumba). Luego, cuando les toca el momento de partir se llevan con ellos un trocito de mi alma. Siempre me quedo con la esperanza de volver a tener noticias suyas, de saber qué es de su vida, de alegrarme porque su contacto conmigo no haya caído en saco roto. Sé lo difícil que lo van a tener para proseguir los estudios.
Nuestro pueblo no es una gran ciudad, donde los muchachos tienen todo tipo de recursos a su disposición, a nosotros nos faltan muchas cosas materiales y culturales, pero nos sobran naturaleza, tradiciones y muchas ganas de salir adelante. Muchos provienen de familias humildes, que han de hacer un gran sacrificio para que sus hijos se puedan seguir preparando (¡que sería de nosotros sin la bendición de las becas!). Pero se supera a base de esfuerzo personal, y la satisfacción por lo que consiguen es mayor, si cabe.
Y esa es la razón de esta exposición: Saber de ellos, que nos cuenten de propia mano una parte de su vida: La que marcará su futuro profesional. Me he llevado una buena sorpresa, y seguro que eso mismo les sucederá a todos. La Aldea de San Nicolás tiene en ellos un motivo más de orgullo: Tenemos ingenieros, maestros, técnicos en informática, médicos, traductores, técnicos administrativos, trabajadores sociales, pilotos, químicos, geógrafos, matemáticos, historiadores, filólogos, capitanes de barco, economistas, electricistas, abogados... La lista sería interminable.
Pero, que quieren que les diga... Para mí, el triunfo no se mide por los logros profesionales, aunque sea importante. Hay muchas cuestiones que intervienen a lo largo de una vida para definir nuestro destino. Algunos se habrán quedado en el camino en ese aspecto, pero que más da... Lo que quiero para todos es hayan podido encontrar su lugar en el mundo y tengan una existencia larga y feliz. Y que me guarden en algún lugar de su memoria...
A los que aún son alumnos, que tomen ejemplo. Suele pasar que no gusten determinadas asignaturas, que no se le encuentre sentido a las materias que se les imparten, pensar “que todo este rollo no sirve para nada”. Pero el futuro está a la vuelta de la esquina y les aseguro que no está escrito. En gran medida dependerá de ustedes...
Ah, se me olvidaba. No quería acabar sin hacer mención a unas personas que me cuidan cada día y sin los que no sería lo que soy: Matías, Rosi, Carlin, Santy, Paqui y Marrero que, aunque algunos pretenden pasar por ser un poco cascarrabias, en realidad todos sabemos lo buenas personas que son.
Y por supuesto, al personal de limpieza, que ha hecho de mi uno de los Institutos más bonitos y limpios de Canarias.
A todos, gracias.
Repasando el catálogo de actividades que les han llevado a recibir estos galardones, asombra lo que un pequeño núcleo de profesores ha logrado con el amor a su profesión como bandera. Si disponen de un poco de tiempo y se les ha despertado la curiosidad, les recomiendo que visiten su página web que les aseguro no tiene desperdicio: http://www.ieslaaldea.com
Conozco personalmente a algunos de los profesores, y me enorgullezco de colaborar en su web, enviando algunos de mis escritos. Por eso también siento como propios estos reconocimientos y lo celebro como se merece. La última idea que han tenido y que se está llevando a la práctica ahora mismo como parte de los actos de final de curso, ha sido una exposición-homenaje a los antiguos alumnos del centro. Se trataba de intentar encontrarlos para saber qué ha sido de ellos, cómo se ha desarrollado su vida, a qué se dedican actualmente y qué importancia ha tenido para ellos su formación académica. Adicionalmente, también es una manera de establecer un vínculo con el actual alumnado al que se le presenta de forma práctica el abanico de posibilidades que la vida les presenta de cara al futuro. En la practica, la exposición la conforman una serie de paneles donde se puede contemplar la foto de cada uno de los ex-alumnos, su pequeña historia personal, los estudios que han realizado y a qué se dedican en la actualidad. El resultado es verdaderamente sorprendente por lo positivo.
Mi colaboración se ha suscrito a la labor de hacer la presentación escrita de la exposición, intentando explicar de forma amena a los visitantes lo que se ha pretendido con ella. Después de darle vueltas al asunto, se me ocurrió que una buena manera sería convertir en protagonista al edificio en sí, darle una personalidad y que fuese el encargado de esa tarea. Este ha sido el resultado:
Mi colaboración se ha suscrito a la labor de hacer la presentación escrita de la exposición, intentando explicar de forma amena a los visitantes lo que se ha pretendido con ella. Después de darle vueltas al asunto, se me ocurrió que una buena manera sería convertir en protagonista al edificio en sí, darle una personalidad y que fuese el encargado de esa tarea. Este ha sido el resultado:
Mi nombre oficial es el de “Instituto de Enseñanza Secundaria La Aldea”. Un poco largo, la verdad. Imagínense la pesadez que significaría que cada vez que me nombrasen tuviesen que hacerlo de esa manera. Así que hasta los que me lo pusieron lo acortan, prefiriendo el de “I.E.S La Aldea”. Aunque, si quieren que les sea sincero, a mí como realmente me gusta es que me llamen es “el Insti”. Cada vez que oigo esa palabra, y el cariño con que la pronuncian los alumnos que por aquí deambulan, tengo que hacer grandes esfuerzos para que no se me derrita el yeso de las paredes.
Sí, han leído bien: He dicho alumnos. Es que, como habrán ya imaginado, soy un centro de enseñanza. Pequeñito en relación con otros (son 600 alumnos y unos 60 profesores), pero me siento muy orgulloso de serlo. Soy el Instituto de la Aldea de San Nicolás, de tu pueblo que también es el mío y al que tanto quiero. Un pueblo de alrededor de nueve mil habitantes, que vive preferentemente de la agricultura y que forma una comunidad separada geográficamente del resto de Gran Canaria, con una historia y una cultura que la hace única.
Pero no voy a hablarte de eso, por una vez quiero yo ser el protagonista. Porque al hablar de mí, también lo hago de todos los que han pasado por el centro: Un edificio no son sólo paredes, un techo y un suelo que pisar. ¿No han visto lo que les pasa a las viviendas que no están habitadas? Se deterioran rápidamente y mueren de tristeza. La vida en su interior la proporcionan los seres humanos que en él se instalan, su calor personal, las experiencias que pasan, los buenos y malos momentos que se viven... Por eso me considero un afortunado, porque mis pasillos y mis aulas están llenos de vida, ruidos, risas, nervios y alguna que otra lágrima. Las vivencias de los profesores y los alumnos, son las mías propias. Puede que ni siquiera se lo hayan planteado, pero todos los que han estado o están ahora mismo dando y recibiendo clases en este centro, forman parte de mi esencia. Mis rincones están impregnados de sus recuerdos, que también son los míos.
¿Saben? También siento orgullo por la herencia que he recibido. No soy el primer centro de este tipo en el pueblo. Los que ya tienen unos años recordarán el Instituto de La Palmilla y nuestro más ilustre antecesor, el Colegio Libre Adoptado San Nicolás de Tolentino. Allí se formaron las primeras promociones de bachilleres aldeanos. Mis comienzos fueron más modestos, como centro de FP, nombre con el que se me conocía hasta hace poco. Lo de Insti me lo he tenido que ganar a pulso, por eso me gusta tanto escucharlo.
Les voy a contar un pequeño secreto, y espero que los profes sepan perdonarme: Mi debilidad son los alumnos. Los chicos y chicas que aquí dentro contribuimos a formar como personas y a prepararles intelectual, física y mentalmente para su recalada al mundo de los adultos. Llegan pequeñajos, casi unos niños. Los voy viendo crecer, madurar, adquirir conocimientos de todo tipo, incluso enamorarse (si yo hablase..., pero tranquilos, que soy una tumba). Luego, cuando les toca el momento de partir se llevan con ellos un trocito de mi alma. Siempre me quedo con la esperanza de volver a tener noticias suyas, de saber qué es de su vida, de alegrarme porque su contacto conmigo no haya caído en saco roto. Sé lo difícil que lo van a tener para proseguir los estudios.
Nuestro pueblo no es una gran ciudad, donde los muchachos tienen todo tipo de recursos a su disposición, a nosotros nos faltan muchas cosas materiales y culturales, pero nos sobran naturaleza, tradiciones y muchas ganas de salir adelante. Muchos provienen de familias humildes, que han de hacer un gran sacrificio para que sus hijos se puedan seguir preparando (¡que sería de nosotros sin la bendición de las becas!). Pero se supera a base de esfuerzo personal, y la satisfacción por lo que consiguen es mayor, si cabe.
Y esa es la razón de esta exposición: Saber de ellos, que nos cuenten de propia mano una parte de su vida: La que marcará su futuro profesional. Me he llevado una buena sorpresa, y seguro que eso mismo les sucederá a todos. La Aldea de San Nicolás tiene en ellos un motivo más de orgullo: Tenemos ingenieros, maestros, técnicos en informática, médicos, traductores, técnicos administrativos, trabajadores sociales, pilotos, químicos, geógrafos, matemáticos, historiadores, filólogos, capitanes de barco, economistas, electricistas, abogados... La lista sería interminable.
Pero, que quieren que les diga... Para mí, el triunfo no se mide por los logros profesionales, aunque sea importante. Hay muchas cuestiones que intervienen a lo largo de una vida para definir nuestro destino. Algunos se habrán quedado en el camino en ese aspecto, pero que más da... Lo que quiero para todos es hayan podido encontrar su lugar en el mundo y tengan una existencia larga y feliz. Y que me guarden en algún lugar de su memoria...
A los que aún son alumnos, que tomen ejemplo. Suele pasar que no gusten determinadas asignaturas, que no se le encuentre sentido a las materias que se les imparten, pensar “que todo este rollo no sirve para nada”. Pero el futuro está a la vuelta de la esquina y les aseguro que no está escrito. En gran medida dependerá de ustedes...
Ah, se me olvidaba. No quería acabar sin hacer mención a unas personas que me cuidan cada día y sin los que no sería lo que soy: Matías, Rosi, Carlin, Santy, Paqui y Marrero que, aunque algunos pretenden pasar por ser un poco cascarrabias, en realidad todos sabemos lo buenas personas que son.
Y por supuesto, al personal de limpieza, que ha hecho de mi uno de los Institutos más bonitos y limpios de Canarias.
A todos, gracias.
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