miércoles, 23 de mayo de 2007

EL HOMBRE QUE HABLABA DEMASIADO


Se había convertido en un hombre que hablaba demasiado. Su afán de protagonismo le impedía mantenerse al margen y era palpable la obsesión de no quedarse en un segundo plano de la actualidad. No se daba cuenta de que cada vez estaba más cerca el momento de agotar el crédito de la mayoría y su círculo más cercano ni siquiera osaba insinuárselo por el temor que les inspiraba. Había sido el líder indiscutido durante mucho tiempo y esa dinámica era muy difícil de cambiar. Así que desgranaba palabras y discursos que sólo convencían a los acólitos más recalcitrantes, que seguían necesitando de ellas para luego repetirlas, vociferando consignas sin sentido. Los demás simplemente hacían caso omiso a esa incontinencia verbal, o empezaban a tomarse a coña sus sorprendentes apariciones ante la opinión pública.
Se había especializado en los ataques `personales. Opinaba que la verdad es una cuestión relativa y la experiencia le había enseñado que lo importante era tratar de mostrar un aspecto e insistir machaconamente con los mensajes, cuanto más simplistas mejor. Siempre habría gente que acabaría por creerlos. Así escaló peldaños en lo suyo, pero ahora que había pasado a un segundo plano, esa obsesión se volvía en su contra porque aplicaba la norma incluso a sus conferencias en universidades y, claro está, en el ambiente académico la exactitud y el rigor son cuestiones fundamentales, que no casaban bien con su visión del mundo y la historia.
Qué decir de su sentido del humor. Pocas cosas son más patéticas que creerse que posees ese don, cuando no haces ni pizca de gracia. Y peor aún es estar convencido de que los demás se ríen contigo, cuando lo que están haciendo es reírse de ti. ¿No han sufrido nunca una experiencia semejante? Al principio sientes lástima por el sujeto, te asalta aquello de la vergüenza ajena, pero él no se entera o no se da cuenta porque ha sido un personaje importante y siempre tendrá una corte alrededor que le instigue, que le estimule. El hombre seguía ahí, insistiendo con sus salidas de tono, sus chistes baratos y bromas de medio pelo. Al final acabas por reír. Pero esa risa tiene un componente de crueldad para con el individuo en cuestión del que luego seguramente te pedirá cuentas tu conciencia.
Con el paso del tiempo se convirtió en un cáncer contra la cultura del entendimiento, que detestaba. Su ideario era un cóctel de radicalismo derechista, inexistencia de dudas y convencimiento de estar en posesión de la verdad, que acabó por hacerle coleccionar un asombroso catálogo de infamias. Cuando alcanzas tal grado de pobreza moral te consideras por encima del bien y el mal. Terminas apropiándote de la razón y el fin justificará sobradamente los medios. Llegas incluso a convertirte en un arma arrojadiza contra los tuyos porque al no dejar a nadie indiferente, acabas por movilizar a todos en su contra. Sus herederos ansiaban pasar página y jubilarle definitivamente. Pero en determinados sectores, el temor a perder relevancia llega a superar las propias convicciones. Y mientras tanto, en un país que había dado ejemplos en su historia más reciente de la necesidad del diálogo y la negociación para conseguir objetivos comunes, él seguía a lo suyo: siendo ejemplo de todo lo contrario. La pregunta era si alguna vez podría acabar la pesadilla de soportar las salidas de tono de aquél hombre al que era imposible mantener callado.
Pd: Lo que has leído es un cuento. Una pura invención del autor. Pero estoy haciendo una encuesta. Si por casualidad asocias el personaje con alguien real, manda el nombre que te venga a la mente a mi dirección de correo, o pon un comentario. Es simple curiosidad por ver quién gana la competición. Venga, que no cuesta nada. Saludos y gracias.

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