Los sábados por la tarde no estoy para nada, ni para nadie, excepto para ellos. Ocurrió por casualidad, pasé por allí un día, la puerta estaba abierta y me pudo la curiosidad. Fue hace tres años y nunca me he arrepentido de haber entrado: Durante unas horas, los sábados por la tarde, mi vida cobra sentido. Yo sólo tengo que poner un poco de cariño y mucho de atención. Es fácil. Pronto se aprende a quererlos y tienen tantas cosas que contar... Ponen su pasado al servicio de mi futuro. Lo hacen encantados porque mi presencia significa destruir el muro de la soledad que les rodea. La soledad es traidora, se presenta por sorpresa y se te pega en la piel. Pero los sábados por la tarde ellos ahogan su soledad y yo las prisas del resto de los días. Se me contagia su calma, su paciencia. Aprendo a mirar y escuchar: Hablan con su mirada, con el movimiento de sus manos y ríen. No se les ha olvidado reír, a pesar de las lágrimas que su abandono les ha causado.
Nunca me he sentido más querido. Ahora son mi familia y me siento afortunado por ello. Al llegar las nueve en punto de cada sábado por la tarde, marcharse se convierte en una pesada carga que cada vez cuesta más sobrellevar. Nunca lo consigo a la primera. Afortunadamente, los besos y los abrazos duran para siete días. La última mirada siempre descubre alguna lágrima furtiva...
Hoy es sábado por la tarde y tengo prisa. Me esperan mis amigos del asilo. Es el tercer aniversario, y tenemos muchas cosas que celebrar.
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Nunca me he sentido más querido. Ahora son mi familia y me siento afortunado por ello. Al llegar las nueve en punto de cada sábado por la tarde, marcharse se convierte en una pesada carga que cada vez cuesta más sobrellevar. Nunca lo consigo a la primera. Afortunadamente, los besos y los abrazos duran para siete días. La última mirada siempre descubre alguna lágrima furtiva...
Hoy es sábado por la tarde y tengo prisa. Me esperan mis amigos del asilo. Es el tercer aniversario, y tenemos muchas cosas que celebrar.
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