Que bonita es la inspiración cuando llega. Y cuanto se le odia si se hace de rogar, cosa que ocurre demasiado a menudo. Andaba buscando material para una nueva historia (no se pueden imaginar lo estresante que puede llegar a ser), cuando apareció de repente y sin aviso previo. Tengo que reconocer que al principio me espantó un poco el aspecto tan raro que tenía. Si existen los fantasmas, era lo más parecido a uno.
Enseguida me tranquilizó su voz, porque sólo destilaba tristeza.
- Por favor, no te asustes. Sólo quiero conversar un momento contigo – me dijo.
- Está bien -Contesté -¿Pero quién demonios eres? ¿Por qué te presentas así y cómo es que tienes ese aspecto?
- Soy un personaje en busca de autor. Un escritor me creó en su momento para algo que tenía en mente, pero abandonó la idea. Cuando eso ocurre los personajes inconclusos nos quedamos vagando en el vacío, intentando que alguien se apiade de nosotros y nos utilice antes de desaparecer por completo-
- Ah, ¿pero los personajes mueren?-
- Somos inmortales si formamos parte de una historia. Pero si no es así, tenemos que darnos prisa porque en poco tiempo nos desvanecemos y acabamos en la nada después de múltiples sufrimientos-
Siguió explicando que había estado a punto de hacerse un hueco en dos obras de teatro, una novela por entregas y tres cuentos, pero su mala suerte le perseguía y presentía que las oportunidades casi se le habían agotado.
- Bueno... Yo escribo, ¿sabes? – Le dije con un deje de orgullo, que creo que ni siquiera notó por la alegría con que recibió la noticia. Pobrecillo. Me miraba como si yo fuese un Salvador, cuando si hubiera un termómetro que marcara la calidad de los escritores, el mío estaría bajo cero. Pero imagino que para un personaje, el autor es precisamente una especie de dios, porque al fin y al cabo es quien le da la vida.
Ese pensamiento me dio una idea.
- ¡Ya lo tengo! –Exclamé- Creo que ha sido una idea extraordinaria. Puedes estar tranquilo, amigo mío. Los dos acabamos de encontrar una historia-
Me puse a escribir frenéticamente. Nunca me había pasado algo igual. Su personaje fue tomando forma: Se convirtió en un ser habitando un mundo al que denominé Paraíso. Entonces me di cuenta de que habría de darle a él también un nombre. Como no lo tenía claro, comencé a repasar el abecedario y pronto lo encontré. Sonreí satisfecho: Se llamaría Adán. Y como me sentía generoso por todo lo que había sufrido, pensé que no era bueno que estuviera solo, así que le ideé una compañera: Eva. Por último, en un alarde de malabarismo por mi parte (con el paso de los años, esa decisión se ha mostrado la más genial), decidí aparecer yo también en el relato. Dado que era el autor, no podía ser otro: Mi papel era el de Dios.
Nunca más he vuelto a escribir. Pero reconozcan que el hallazgo de mi personaje ha sido todo un éxito y he terminado por ser el símbolo mismo de la inmortalidad.
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