lunes, 4 de mayo de 2015

ESCRIBIR COMO UN ARMA





Hay una reflexión magistral en el Principito: “Si tú me domesticas, entonces te necesitaré”. El colmo del cinismo es que el sistema pretende que comulguemos con sus ideas y de no ser así, que permanezcamos en silencio. ¿Qué nos queda entonces? No estar de acuerdo equivale a quedarse fuera y a ser considerado un elemento marginal extremista. Ellos creen a pies juntillas en su ideología, un conjunto de ideas y de políticas muy convenientes  pues les garantiza riquezas personales y un poder cada día mayor...
El resto, los que no formamos parte, debemos limitarnos a callar, consumir y a permanecer alienados frente al televisor. ¿Dónde están la cantidad insufrible de personas de las que nadie con un cargo de responsabilidad se ha preocupado nunca? ¿Cómo podemos permitir que esa gente que consideramos nuestros líderes sea capaz de estigmatizar la pobreza? ¿Es posible que molesten los vagabundos, pero no las circunstancias que les ha conducido a la exclusión social? ¿Es esta la sensibilidad intrínseca del poder?
La casta que lo conforma es un como un camaleón astuto, que evoluciona y se adapta según sus necesidades. Y, sin embargo,  si una cosa distingue al actual de sus encarnaciones anteriores, es el triunfalismo. Antaño los poderosos afrontaban amenazas importantes que los mantenían a raya. Sin embargo, da la impresión de que sus oponentes han dejado de existir de forma significativa desde que el comunismo dejó de ser una amenaza. Parece que hemos perdido la batalla. Y de ahí viene nuestra consternación y surge la pregunta: ¿Es el dinero la recompensa destinada a la falta de calidad humana?
Los “aparatos ideológicos del Estado”, son muy peligrosos y utilizan toda una panoplia de recursos para troquelar la mentalidad de los ciudadanos. Las ideas de nación y patria han funcionado de manera muy eficaz para movilizar a las masas y llevarlas a defender intereses que no son los suyos, sino los de las clases dominantes. ¿De qué sirven la patria y las banderas cuando tienes que cruzar el Mediterráneo sobre una barcaza con maderas no aptas para la navegación? ¿De qué sirve cuando llevas años sin encontrar trabajo? ¿De qué sirve cuando es capaz de desahuciar a una anciana con una hija discapacitada o dejar morir a enfermos por no invertir dinero público en el medicamento que los salvaría?
Para comprender la magnitud de esta desgracia, es necesario contar con dosis de bondad, empatía y sensibilidad. Y haber compartido la vida, la soledad y el destino con los verdaderos héroes de la historia para ser como ellos y jamás colaborar con os que los oprimen. Resulta aleccionador formar parte de la multitud anónima que a nadie importa, y compartir junto a ella el dolor, la risa y la indignación. Por desgracia, no parece ser ese el sentir de la mayoría, pues una y otra vez lo demuestra con su voto. Una especie de Síndrome de Estocolmo recorre el país cada vez que se convocan elecciones en los que los resultados hablan de un cambio en el que el verdadero significado es que todo seguirá igual.
En el Bhagavad- Gita hay una frase que llama la atención porque el paso de los siglos no le ha quitado ni una pizca de actualidad: “Escogimos la libertad al mismo tiempo que la justicia y, en realidad, en adelante ya no podemos escoger a una sin escoger a la otra. Si alguien os niega el pan aniquila al mismo tiempo vuestra libertad”.

En eso estamos, así que hagamos que el amor, el arte y la belleza sean también un arma de denuncia, que nos recuerde siempre este estado de cosas donde estamos instalados. Para eso fundamentalmente escribo.






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