Vidas, caminos,
direcciones que de pronto
bien pueden confluir
en un palacio
finamente esmaltado
donde se confunde
a los amigos
con la propia fábrica
del edificio,
donde ves qué fácilmente
podemos reducirnos
a la unidad,
a una elemental armonía
que casi da risa reconocerla
por debajo
de todas nuestras fatigas,
nuestro tedio diario,
nuestra incivil separación
del cultivo de lo sencillo.
Así crecimos los poetas
para terminar siendo
vagabundos,
adultos erráticos,
niños perdidos
en nuestros propios sueños,
juntos de la mano
como perros viejos
olisqueando el orín nuevo
de las cuatro
esquinas del mundo.
Gente que busca
algo de magia caminando
por las calles de siempre
aunque sobre ellas,
hace tiempo
que alguien borró
la armónica geometría
de lo diverso
y dictó cuál era
el único sentido
de nuestra vida
en la Tierra, precisamente
el del sinsentido.