El mundo tiene de pronto
otra cadencia,
un nuevo alfabeto
que no sé descifrar.
De repente
soy un bailarín
que pierde el paso,
un número ajeno
a la ecuación,
un soberbio magnolio
camino de la tala,
una nota estridente.
Un cristal ostentoso,
quebradizo,
entre vasos de plástico.
De repente
esta tela de araña
que me impide el avance
y este modo distinto
de saberme extraño.
Un cuchillo
-el tiempo-
ha atravesado mi laringe
y me hace expresarme
en una jerga absurda.
Con mi verbo
-ese hombre solitario
en un banco del parque-
desentierro reliquias
del fondo del océano
y convoco a fantasmas
que ya nadie conoce.
Sólo hablo de héroes
que la gente ha olvidado.
Venero a los dioses
de antes de Instagram.
Y me lanzan miradas
de piedad y desconcierto
como arrojan montones
de pescado a las focas.
Soy un viejo profeta
que augura una catástrofe
que sólo a él le concierne.

No hay comentarios:
Publicar un comentario