La noche.
Cuánta luz
para estos últimas
jornadas de noviembre.
Y todos vamos,
cruzando una ciudad
multicolor y fría
cubierta con racimos
de bombillas encendidas
que dibujan
la serpiente eléctrica
de las lentejuelas
en la tirantez
fría del aire.
En los escaparates brilla
la sombra luminosa
de otros escaparates
y la desordenada
sombra de un mendigo,
y los niños mantienen
sus ojos muy abiertos.
(El tren y las espadas.
Las estrellas.
La nave intergaláctica
y la luna.
La muñeca habladora
y esa lluvia
que cae
sobre la tumba inmortal
de nuestra infancia.)
Cuánta luz,
desgranada
como un confeti
sobre los pasillos
del centro comercial
por los que nos movemos
como brujos felices,
cargados de mortalidad
buscando algún
nuevo adorno
para colocar este año
en el salón de casa:
Yo he decidido
comprar uno nuevo
y con él cargado
inicio el regreso al piso
mientras medito
sobre este milagro
consumista que consigue
que la navidad haya llegado
sin ni siquiera haberlo hecho
todavía el invierno.

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