Qué separados andamos
bajo nuestros paraguas,
oscuros planetas
en nuestras
pequeñas órbitas,
ocultándonos ante
este ataque húmedo
del clima como si el agua
profanase la piel,
como si estos
enarbolados toldos
pudieran protegernos
de lo que sea que venga
a continuación:
diciembre con el frío,
los adormecedores
silencios del invierno
y las celebraciones
con las que el año acaba.
Desde arriba
debemos parecer
una familia de murciélagos:
las estriadas alas abiertas
contra la lluvia,
lanzándose hacia cualquier
refugio improvisado.

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