Tenemos constancia
de la existencia del mal,
constantemente
estamos viendo sus efectos.
Pero aún así
hay gente que los niega
o los justifica.
Se muestran insensibles
o desafectos a ello,
aún sabiendo
que esa postura
los convierte en cómplices.
Lo más preocupante,
eso que no entienden,
ni asumen, ni aceptan,
es que la vergüenza
de la desmemoria
acostumbrada
les lleva a la vejación,
a la mofa y a la falta
total de respeto
hacia quienes
verdaderamente sufren.
No hay palabra, ni verso,
ni poema, ni canto
indolente que frente
a tanto espanto,
herida y crueldad,
atesore y asuma
en silencio toda esa
monstruosa indiferencia.

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