¿En qué momento
nos perdimos,
en qué momento
nos dejamos arrastrar
hacia lo alto,
en qué encrucijada
optamos por el camino
de las sombras,
por una promesa
de días que no terminan,
por hacer de la persecución
de fantasmas
nuestro destino?
Todos se equivocaron,
los grandes pensadores,
con sus dualismos
antagónicos,
sus mundos
de ideas espectrales,
con sus elucubraciones
sin cuerpo
y su anhelo de fuga,
empecinado y absurdo,
de la Tierra.
Bajemos de nuevo al barro,
dejemos otra vez
que la Tierra nos envuelva,
que nos tizne y acaricie,
que reanime nuestra fuerza
con su aliento.
Recuperemos el camino
y volvamos
a nuestra casa,
para vivir sosegadamente
junto al Árbol de la Vida,
al cobijo y al cuidado
de su savia y de sus ramas,
arraigando nuestros deseos,
sin agotar la pródiga
y humilde maravilla
de sus frutos.
Aunque puede que sea tarde,
no queda otro remedio.
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