Entre los posibles regresos
que dejamos atrás
está aquél viaje
a una pequeña isla,
silenciosa y limpia
donde el sol traía risas
y los murmullos corrían
desnudos como nosotros
por la arena de la playa.
De acampada con amigos
en la orilla blanca,
cumplimos ilusiones
y alcanzamos la luna
con facilidad.
Así, en esa imagen
esperábamos el barco
que nos llevaría
a La Graciosa,
el paraíso
donde pudimos ver
cunas mecidas
por largos adioses
mientras se construía
un futuro que nadie
podía prever
y que a cada uno
de nosotros llevó
por caminos diferentes.
¿Lo recuerdas?
El sol y la sal
nos amasaban el pelo
y el viento hacía olas
como trenzas.
La geografía aquella
es pura poesía ahora
en mi memoria
cuando la añoranza asoma.
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