En hilera los cuerpos.
Como alfileres blancos
ensartados al suelo,
la mujer tiende al aire
las sábanas de hilo.
En hilera las sábanas.
El viento del desierto
esparce arena blanca
en la mirada abierta,
de un cadáver en el suelo.
En hilera los muertos
para luego llevarlos
a improvisados cementerios.
La mujer ya no llora.
Recuerda solamente
que no había en toda Gaza
unos ojos tan negros.
Mientras, el hombre
intenta apagar
un dolor infinito
bebiendo gota a gota
sus propias lágrimas.
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