A los que soñaron
sin abrigo
con un pan de centeno
bien horneado,
el cielo blanco para sus ojos.
A los que fueron
machacados
en las canteras
de la soledad y el olvido.
A los que vendieron el fuego
para curarse del frío,
el abrigo verde
con botones negros
y la pausa del pájaro
que purifica el aire.
A los desplazados
del mundo
que nacieron al alba
con las cartas marcadas,
la luz clara de una historia
de amor nunca escrita.
A los que bebieron
el cáliz amargo
de la angustia,
la indiferencia y el vacío,
balas de un ángel
disparando al poema.
A los que plantaron
el junco de la esperanza
en los márgenes del leteo,
un espejo para mirarse
en el agua.
A los que trillaban
el sol en la era
con bestias dóciles,
cálida sombra contra
el desvanecimiento.
A los que partieron
desazonados
desde un campo de tinieblas,
la calma que le negaron
las encarnadas voces
de hipocresía.
A los que no nacieron
para eso,
pero hubieron
de pastorear el ganado
y perder tiempo de escuela,
cuando en la sangre
llevaban oculta
su gota de artista,
¡que me den
una copa vacía
y la llenaré de lágrimas
por ellos! para ellos.
Para todos ellos,
lirios de Van Gogh
y una partitura
de Gustav Mahler.
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