La luz entra en el mundo
de puntillas,
como una joven
que camina descalza
por el cuarto,
donde su amado
indiferente duerme.
Con tembloroso paso
de hembra que respira,
a un tiempo embelesada
y contenida,
se despoja
en silencio de la ropa.
Un aroma en el aire
se dispersa
y la vida se yergue,
cristalina,
sin que un dedo la roce
con su yema
ni petición alguna
se precise.
Tocado por la nevada
piel adolescente,
todo cuanto hay allí
se despereza,
y a su blancura
se rinde finalmente
a esa promesa de vida
que reverdece
tan solo con ser imaginada.
Cada día es una incógnita,
se trata de no convertir
la luz allí encendida
en vientre estéril,
y mantener
el corazón abierto
para que puedan
tener acceso libre
los prodigios
que trae de la mano
cada amanecida.
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