Mírate mirando
al que mira,
hecho líneas
curvas y rectas,
colores que componen
esa cara de nombre
que sugiere ternura.
Recuerda
un filósofo romano,
o a una hierba
de flor venenosa.
Su rostro es ambiguo,
enigma de tristeza,
seriedad o pena.
Estás ahí,
cara hecha óleo,
gasa, cartón y yeso.
Quiere ser
tridimensionalizada máscara,
esconder tras ella
su identidad
y a través de su carcasa
amplificar tu voz propia.
Personare, de persona,
de personaje.
Qué difícil obligarnos
a no ser otros,
niños sin miedo
a que nos descubran
tal como somos.
Hacer el papel de nosotros.
Los de fuera amenazan
con convertirte
en un vulgar
enmascarado de yeso
y no en el digno
rostro de infante
que ideó, pintando
como un crío, Paul Klee.
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