Los columpios no son noticia,
son simples como un hueso
o como un horizonte,
funcionan con un cuerpo
y su manutención estriba
en una mano de pintura
cada tanto
y un poco de grasa
en los rodillos,
cada generación los deja
como siempre han sido,
no se investigan nuevas
formas de columpios,
no hay competencias
sobre columpios,
no se dan clases de columpio,
la radio no transmite
rechinidos de columpios,
cada generación los pinta
de un color distinto
para acordarse de ellos,
ellos que inician a los niños
en los paréntesis,
en la melancolía,
en la inutilidad de los esfuerzos
para ser distintos,
donde los niños queman
sus reservas de imposible,
sus últimas metamorfosis,
hasta que un día,
sin una gota de humedad,
se bajan del columpio
hacia sí mismos,
hacia su nombre propio
y verdadero, hacia
su muerte todavía lejana.
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