Pega fuerte el calor
esta mañana,
Pega fuerte
en las alamedas,
en los cementerios.
Pega fuerte
en las gorras, los sombreros
la arena de la playa,
las paredes y el asfalto.
Pega fuerte
en las estaciones,
en las plazas
desnudas de árboles.
Pega fuerte
en los violines, en las rosas,
en los escritorios.
Pega fuerte
en los tejados,
por las praderas,
sobre la ropa tendida
en las azoteas.
Pega fuerte el calor
en el ramo de flores
colocado en el nicho.
En los cuatro ladrillos
que lo tapan ahora.
Pega fuerte
en las ventanillas
subidas de los coches
con el aire acondicionado
puesto a tope,
en los diccionarios.
Pega fuerte
sobre el trabajador
obligado a cumplir
sus tareas laborales
en la calle
con temperaturas extremas.
Pega fuerte
en las remolachas,
en los pasaportes,
en las alacenas,
en las embajadas,
en los calcetines.
Pega fuerte
en los cobertores,
en los calendarios,
en las carreteras,
en los ascensores.
Pega fuerte
en un Parlamento
donde se pronuncian
discursos negando
el cambio climático,
en las conejeras,
en los panteones,
en la Letanía.
Pega fuerte
en los capiteles,
en los camiones,
en las bibliotecas,
en las galerías.
Pega fuerte
en los estandartes,
en las escaleras,
en los terraplenes.
Pega fuerte
en el cuarto oscuro,
en los comedores,
en las cabelleras,
en los bergantines.
Pega fuerte el calor
sobre el puente,
en las espaldas,
en el retrete,
en las campanas,
en las camas metálicas,
en las amapolas,
en la pensión por horas,
en el devocionario,
en la leña, en las fosas,
en el solar, en el estiércol,
en la botella verde,
en el aire, en el mar,
en el fuego, en la luz,
en los niños descalzos,
en el pobre que toca
el violín en la esquina,
en la tierra, en las tejas,
en el cartel del cine,
en los kioscos donde venden
chicle y tebeos,
en los raíles del tranvía,
en los cristales,
en el sobre vacío
de la cafiaspirina,
en el pequeño trozo
de papel de periódico,
en la madre que va
a casa de su hijo,
en el cable, en los lentes,
en la humilde toquilla,
en la mano del pobre
que te sale al encuentro,
en la bandera
del Ayuntamiento,
en los relojes,
en las gavillas de alfalfa,
en el polvo, en las cruces
humildes de madera,
en el montón de tierra,
en el corral desierto,
en la higuera, en la basura,
en los árboles, en las tapias,
en la mesa, en el barro,
en el asfalto,
en los pianos de manubrio,
en el café con leche,
en las chabolas,
en los divanes, en la yedra,
en los cortinajes,
en el libro de registro,
en los esmaltes, en el banco,
en los cipreses.
Pega fuerte el calor,
implacablemente
mientras rueda el día,
mientras llega la noche
como un gran animal,
un insecto viscoso,
gelatinoso, torpe, de vientre
húmedo y blando,
con un vientre de pus
o de niebla o de humo,
yo creo que de pus,
y lo esparce, lo sé,
lo esparce por la dulce
tristeza del domingo,
y llega hasta el despacho
y sube hasta la mesa
y ensucia las cuartillas
y ensucia las palabras
gozando intensamente,
y se llega a la cama
y levanta el embozo
y se pone saliva
en el pulgar y el índice
y los lleva despacio
hasta el cuello del niño
y apaga allí una llama
pequeña de candil
y deja allí
sus dos violetas digitales
y ya está, no hay remedio,
yo no sé cómo ha sido,
si parece dormida,
qué bonita que está.
Y eso es todo.
Y el viudo se escapa
de su casa
y se lanza a la calle
en calzoncillos, grita,
se mete en cualquier parte
sin querer, sin saber
por qué, el hijo se esconde
debajo de la cama
y gime y llama a la madre,
y los padres se meten
en la cama en silencio
y leen en silencio
un periódico y luego
no duermen, en silencio.
Y pega el calor
y gotea en los cráneos,
y atraviesa un techo
de zinc en el corral,
y el cuerpo tiene
una tristeza de pared,
reseca, una tristeza
de mueble humilde
cuando quema el sol
el cuerpo y el alma,
y se siente de pronto
subir el calor a la garganta
y estarse un rato allí,
clavado, como un vidrio,
anudando el agobio,
manso, callado, terco,
y en la radio hablan
de las vacaciones
como si todo el mundo
estuviese en condiciones
de costearse un viaje
que no sea de su casa
a la esquina más cercana.
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