viernes, 4 de julio de 2025

OPINIÓN: ESPAÑA Y LA OTAN


Aparquemos por un momento el debate sobre si España debe pertenecer a la OTAN o no. Algo que, por otro lado, sigue siendo legítimo porque tal y como están las cosas, sería de agradecer la celebración de otro referendum donde los ciudadanos españoles se pronunciasen democráticamente sobre este asunto. Más allá del pacifismo cono alternativa, resulta pertinente plantear la duda del sentido que tiene pertenecer a una organización militar en la que el socio con más poder económico y armamentístico en determinadas cuestiones se comporta como un enemigo. Véanse si no temas como la guerra de los aranceles, las amenazas de ocupar incluso por la fuerza un determinado territorio que pertenece a otro de los socios, o la decisión de atacar a Irán sin informar al resto de los países de la Organización. Nadie puede sentirse seguro, cuando la paz y la estabilidad económica dependen de los caprichos de alguien que actúa al margen de la legitimidad y los controles básicos que exige un sistema democrático. Alguien que por su desmedido afán de protagonismo, un día se levanta de la cama con la ocurrencia de que el gasto militar de los países aliados debe de aumentar hasta el 5% de su PIB porque sí. Una cifra que no se sustenta en estudio económico alguno, y que bien podía haber sido el 50 o el 500%. A Trump le da igual, porque solo está pensando en aumentar el negocio de su industria armamentística y ya está recortando en su país al máximo los gastos en temas sociales. Pero en Europa, uno de los pilares que ha sustentado su razón de ser desde que acabó la Segunda Guerra Mundial, es la idea de que el Estado de Bienestar y los mecanismos que contiene para priorizar que el estado ha de atender las necesidades básicas de la población, es consustancial a la propia democracia. 
Los dos mayores desafíos que tienen los líderes europeos por delante son el control de los flujos migratorios y el envejecimiento de la población. Este último asunto condena a los ancianos a unos procesos degradantes donde los cuidados son precarios, las asistencias sociales insuficientes y el amparo público en su debilidad senil brilla por ausencia. A todos nos encantaría ver una cumbre de líderes en donde se exigiera utilizar el 5% del PIB para la protección de los ancianos. O para la consolidación de un modelo migratorio que no anulara los derechos humanos en las obligadas retenciones fronterizas. Pero eso no va a pasar. La cumbre de la OTAN nos obliga a pensar si el acuerdo para llegar al 5% del PIB de cada miembro en gasto militar es algo compatible con la democracia. Una desviación de tal calibre de las prioridades económicas de nuestros estados requiere de un debate profundo y posiblemente del sometimiento en cada estado de esta medida a un proceso electoral que lo ampare. La actitud del Gobierno español, que cifra en algo más de un 2% el cumplimiento de sus compromisos, es del todo pertinente y la oposición debería reflexionar en serio sobre actitudes contrarias a las necesidades del país por sus ansias de conquistar el poder a cualquier precio. 

Es evidente que el cabreo de Donald Trump contra el Gobierno español responde a la decisión de salirse del seguidismo acrítico de los demás socios de la OTAN. La guerra de Putin nos ha sacudido de la modorra para mejorar nuestra defensa, pero no a cambio de despedazar nuestros servicios públicos y el futuro de un bienestar por generaciones. Todo tiene su medida. España debe monetizar su compromiso en el despliegue militar internacional y la presencia de las bases en nuestro territorio. El conflicto entre Israel e Irán ha vuelto a situar la estratégica situación de España como una obviedad. Nuestro Gobierno necesita aliados europeos para fijar una contribución a la OTAN racional y aceptable por la ciudadanía. La oposición, que afila los colmillos a la espera de llegar al poder, no debería ser tan obtusa como para no darse cuenta de cuál ha de ser su papel. Los ciudadanos españoles juzgarán a unos y otros porque empiezan a entender lo que se juegan tras esta almibarada sumisión a las exigencias del que actúa como el emperador de occidente que no tiene que rendir cuentas a nadie. 

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