El infinito no tiene reglas
o las cambia a menudo,
como el aliento
en el que reflejamos
lo eterno,
como los obstáculos,
confundidos en el laberinto
de quien ama mirar
y jura no tener miedo.
Sin embargo,
las tinieblas están ahí,
tragadas por el pozo
peligroso, perdidas
en el movimiento burlón,
asomadas
al inmenso espacio,
vívidas en la inmortalidad.
Engaña la luz
parpadeando noblemente,
olvidando la noche,
recordando el día.
La luna desvestida
está vencida
en el fuego ardiente
de unas manos.
Por ello en realidad,
la mayoría de la gente
vive en tinieblas
y le cuesta tanto encontrar
su propio camino.
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