Te saludo, odio,
puedes estar tranquilo,
jamás sería capaz
de maltratarte
si fueras un perro sin dueño
que viene hasta mi puerta
para ver si consigue
un trozo de pan duro,
un hueso pelado.
Nada tengo
en contra tuya,
aún después
de haberme gruñido
como si fuera
la peor persona
que hayas conocido
en tu vida.
No puedo darle
valor a lo que haces,
porque es imposible
no sentir tristeza
por verte en ese estado.
No temas, anímate
a entrar en casa,
te he preparado
tu propio rinconcito,
una alfombra vieja
donde echarte
y tu propio plato de agua.
Anímate, entra
que es invierno,
ha nevado en la cumbre
y por las noches
en la calle hace frío.
Te he comprado
un collar y una plaquita
con tu nombre
y nunca volverás
a pasar hambre
o necesidad de cariño.
Voy a llevarte al veterinario
para que te vacune
contra la rabia,
que hace tanto daño
al que muerde
como al que es mordido.
Te concederé el derecho
de espantar a los intrusos,
a quedarte en mi piso
y considerarlo como propio,
a mí como algo tuyo
y a ti mismo
como mi compañero.
Prometo acariciarte
tanto como mereces
y hacer lo posible
para eliminar de tu alma
esas malas pulgas
que tanto te acosan
y que sospecho
que no te dejarán siquiera
descansar por la noche.
No hay comentarios:
Publicar un comentario