Saber que uno
siempre cuenta
con el privilegio
de la pausa.
Saber descender
la intensidad de la marcha,
acomodarse en el piso
o en un buen sofá.
Sacarse el calzado,
tocarse los latidos
del corazón
y sentir en la yema
de los dedos
lo que debe seguir
y lo que no.
De esa manera,
escuchando la propia
respiración
como respuesta
con la cabeza inclinada
mirando hacia ese cielo
que aguarda verte
elevar el vuelo.
Tranquilo. Despacio.
En ese silencio
donde la verdad
siempre nos es revelada.
Así, en pausa,
dándonos el permiso
hermoso de frenar,
con el cuerpo
a la altura del alma.
Que espere el que
pueda esperar,
lo importante
es que nos sepamos
esperar a nosotros mismos.
Eso también es curarse.
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