domingo, 16 de febrero de 2025

PROSA POÉTICA: AUTORRETRATO


Me reconozco en la poesía que subterránea nace en el hambre, ya sea física o de justicia. O que, polvorienta y baldía crece sobre las marquesinas o colgada por las vísceras de las farolas. Me reconozco en el poema sórdidamente urbano, el que abandonan deshecho en la calzada, el de ritmo agotador y discordante. En el poema que se vuelve dolor y rabia cuando brota pensando en los olvidados. Pero también conozco y reconozco el poema en el diente de león, en el troqueo del mirlo, en el murmullo de la foresta, en la suave parsimonia de la pequeña oruga que colorea con resuelta pericia los élitros de su futuro aleteo. Reconozco el poema como escarcha, como liquen de siglos dormitando sobre la corteza intemporal de la metáfora. Reconozco la poesía como polvo galáctico de mariposas, como polvo de ámbar y sueño.

Por ello me inventé unas alas de pensamiento y espíritu que se enroscasen en mis tobillos con las que despegar el verbo del cemento, elevarlo sobre la boina negra y vestirlo con los ropajes gaseosos de los claveles y la dulce prodigalidad de las higueras. Con esos tobillos alados remonto la flor y el cancionero. Entre los dedos de la brisa, obstinada en portear sobre los versos el aroma de floraciones pretéritas y el mercadeo aéreo de las golondrinas, canto a la felicidad y al sufrimiento, al bien y al mal, a la belleza y el horror. 

Y así es esta poesía que reconozco: un continuo ir y venir entre el cielo y el infierno, los dones de la tierra y la maldad humana, adornada de cualidades plásticas, de amapolas, ladrona, envidiosa de la primavera, recolectora de colores, amante de las armonías del bosque. No obstante, si como Juan Ramón ─en la búsqueda esencial del nombre de las cosas─ tuviera que desnudarla, jamás le arrancaría las alas.

Desvestiría mi poema, pero solo para dejarlo como esta mañana virginal y detenida en la mirada de una gata cuando le hablo. Si ha de ser una poesía desnuda que sea aérea y terrestre a la vez; si ha de ser una poesía vestida que sepa desnudar el mundo, a veces con optimismo, pero otras muchas con el dolor del pesimismo.

Desvestiría mi poema, pero nunca abandonaré los ropajes del abrazo. Descalzo y vulnerable cuando escribo, insistiré en dibujar los brazos amigos en cada pequeña porción de cielo, entre adverbios, epítetos e imágenes. Y así, peregrino en pos del círculo sagrado, arcano huérfano y desheredado, preguntaré: ¿Cuánto de sauce llorón y compasivo hay en el mundo? ¿Cuánto de ala? ¿Cuánto de una sonrisa que nos consuele? 

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