Tenemos la fuerza
del aire que se desborda
desordenando la tierra
que lo remansa.
Llevamos en nuestro aliento
semillas de historia,
latidos que cuentan.
Tenemos la lluvia dentro
de nuestra tormenta
y el sol tendido en el suelo
después de estar
madurando la piel
de nuestros frutos.
Tenemos los bosques
creciendo en susurros.
Tenemos raíces
acariciando, en secreto,
las sombras
de nuestras manos.
Nuestros pasos
entre piedras
tallan en silencio la senda
de lo que algún día,
será justo.
El aliento de uno
es el impulso de otra.
Somos mar,
golpe tras golpe.
Somos las manos
que curan.
El susurro del viento
que llega antes
que el mismo viento.
Somos la fuerza del eco.
No la del grito.
Somos la rama
y somos la raíz
hundiendo nuestra carne
en la roca.
Somos los que callan
con la garganta sofocada
por siglos de arenas secas.
Somos los del tajo
profundo en la carne
que no sangra.
La cicatriz que no se ve.
Somos el brillo
que queda del fuego
cuando se apaga.
La brisa que envuelve
la piel del mundo
después de la tormenta.
Los guardianes del silencio.
La conciencia
de la desmemoria.
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