sábado, 15 de febrero de 2025

PINTURA: ALFREDO RAMOS MARTÍNEZ


Alfredo Ramos Martínez (1871-1946) pasó su infancia rodeado de la belleza natural del vasto terreno de su abuelo, la Hacienda Larraldeña en Sabinas Hidalgo, al norte de Monterrey en el estado fronterizo de Nuevo León. Nacido en 1871, de niño habría jugado bajo retorcidas y majestuosas sabinas y nadó durante los calurosos veranos en los manantiales naturales de Ojo de Agua o en el pozo de agua Charco del Lobo entre salvias moradas y olivos mexicanos con la silueta prominente del hito de la zona, la montaña Pico, visible en la distancia. Fue el comienzo de la larga dictadura porfiriana que terminó con el estallido de la Revolución Mexicana de 1910-20, una era durante la cual las diferencias económicas y sociales entre el hacendado privilegiado y el peón indio eran extremas; la asimilación es un objetivo de la postura positivista de la élite gobernante con un impulso al progreso industrial y un amor proclamado por todo lo francés. La familia de Ramos Martínez eran comerciantes de oficio. Al crecer en la hacienda, habría sido testigo de la creciente división racial y de clases entre campesinos y terratenientes a medida que el gobierno central privatizaba los ejidos comunales indios para venderlos a promotores mineros y ferroviarios extranjeros.

El joven talentoso artista dejaría atrás este oasis natural cuando ganó un concurso de dibujo, el premio fue una beca para estudiar en la Academia de San Carlos en la capital histórica del país. Luego estuvo unos años en Europa.


El estallido de los movimientos sociales provocaron que Ramos decidiera regresar a México en 1909. A diferencia de Diego Rivera, Alfredo Ramos Martínez vivió el inicio de la Revolución Mexicana como testigo presencial. La violencia, las ideologías, los movimientos sociales y la lucha armada se depositan de forma directa en la obra de Ramos, que interpretó y expresó la melancolía de un pueblo ensangrentado.


Recién casado, con un bebé que necesitaba atención médica y un mercado de Hollywood ansioso por adquirir la visión romántica del artista de un México femenino, nativo y floral, Ramos Martínez trasladó a su esposa e hija permanentemente a Los Ángeles en 1929.


Las figuras modernas y geométricas de sus pinturas, esbeltas pero monumentales, son expresiones de un artista profundamente inmerso en su época e ideas. La admiración del artista por la cultura precolombina queda ampliamente manifestada en la magnífica trayectoria que desarrolló durante sus años en California, aunque añoraba su México natal. Ramos Martínez interpretó y representó a sus protagonistas en un lenguaje audaz y moderno. 

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