Érase una vez
una boca a punto
de tragarse las palabras,
pero con los años
acumulaba tantas
que se le hicieron
una bola
y no pudo remediar
escupirla en forma
de un arrollador
exabrupto
de honestidad libertaria,
afilado y sincero
contra todo lo que
en algún momento
intentó cerrarla
con aviesas intenciones.
Gritó un NO
tajante y rotundo
y desde aquél entonces,
la boca dejó
de apretar los dientes
por la noche,
de morder lápices,
de rasgar uñas
y dejarse cada día
sus prioridades
en la punta de la lengua.
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