Hay heridas que no hablan,
se cierran antes
de ser contadas,
entregan sus historias
a la corriente del silencio
y dejan ir sus voces.
Hay otras que sí hablan,
no se cierran hasta
ser escuchadas,
entregan sus historias al ruido
para perderse
en el caudal de las palabras.
Y hay otras que, en cambio,
no se cierran,
sino se duermen.
Se despiertan con olores,
sitios y personas
que las tocan justo ahí
donde aún duelen,
por eso abren los ojos
y vuelven a mirarte.
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