El tiempo se paró
en aquél instante,
justo en el momento
en que irrumpieron
las primeras imágenes.
Detrás quedaron
ideas cautivas
que ya nadie
vendría a liberar,
palabras
sin precio ni rescate.
Pasó la luz del día
y todo parecía
tendido, inmóvil,
detenido
en el segundo fatídico
mientras los dueños
del dinero lo celebraban.
Luego habrán
de llegar los inviernos
y se voltearán las hojas
con la furia del desdén,
y la lluvia pasajera
soltará su fruto y su metralla
y palabras como libertad
o derechos humanos
irán quedando
empastadas con dolor.
Se tornarán amarillas
y marchitas
y correrá la tinta seca
de la solidaridad
sin pulso ya ni sentido.
El tiempo de los hongos,
el silencio.
El destino se ha torcido
en el instante aquel
en el que el futuro
quedó en suspenso
y el sino que no fue,
cogió otro camino.
Ya había
empezado antes,
pero tomó
el definitivo impulso
cuando a aquél
hombre repugnante
de piel estirada
y ridículo peinado
le nombraron
Emperador de Occidente
los que perfectamente
manipulados
tanto lo admiraban.
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